I. INTRODUCCIÓN
De un tiempo a esta parte se escuchan voces prominentes en nuestra Iglesia que no dudan en tratar de “fariseos” a los católicos de fe clara y probada. Y a ese calificativo se unen otros como “rigoristas”, “legalistas”, “fundamentalistas”, “integristas”, etc.[1].
En estas líneas vamos a intentar desmentir la falsedad de esa acusación, a aclarar qué es lo que realmente define el fariseísmo, por qué Cristo fustigaba a los fariseos con tanta dureza y, aplicando la analogía y la deducción lógicas, pretendemos averiguar quiénes podrían ser hoy sus sucesores en nuestra querida y sufrida Iglesia católica.
Este artículo es, pues, una defensa del católico fiel que se ve calificado de manera inmisericorde como “fariseo”, por el simple hecho de amar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas y el magisterio y la tradición católicas que correctamente la han interpretado de igual manera en los últimos dos mil años
II. LOS FARISEOS, ¿QUIÉNES ERAN?
Flavio Josefo, historiador judío del s. I d. C. nos explica en sus “Antigüedades judías” que los fariseos constituían una de las tres sectas o escuelas filosóficas nacionales, junto con la de los esenios y los saduceos.
Digamos sólo unas pocas palabras de los esenios, que, en palabras de Flavio Josefo, eran admirados “por encima de todos los que practican la virtud, por su apego a la justicia”: los esenios sin duda eran la secta de doctrina, moral y prácticas más puras y espirituales. No aparecen nunca en el Nuevo Testamento ni fueron objeto nunca de reprensión por parte de Cristo. Efectivamente, mientras los fariseos y saduceos se oponían a Cristo de todas las maneras posibles y conspiraron para matarlo por no poder soportar su doctrina, los esenios no se hicieron nunca presentes en la vida pública de Cristo, ya que tenían la costumbre de vivir aislados en zonas montañosas, para no participar de la perversión moral y espiritual que campaba a sus anchas en el Templo y las sinagogas en tiempos de Cristo.
Por videntes posteriores completamente fiables como Ana Catalina Emmerick[2] hemos sabido que, además, gran parte de la parentela de María pertenecía a comunidades esenias, en las que se preservaba el espíritu auténtico de la doctrina judaica con mucha mayor limpieza que en las sectas farisea y saducea, como veremos ahora. Todos ellos anhelaban la venida del Mesías para antes de la destrucción del segundo templo[3]. Muchos de estos esenios entraron en el cristianismo de forma natural, como entró en el cristianismo lo mejor del judaísmo, su parte sana no contaminada con las doctrinas humanas que venían desviando el auténtico judaísmo mosaico hasta la corrupción espiritual reinante que se encontró Cristo en el “judaísmo oficial” en su vida pública.
Los fariseos eran, pues, una secta judaica que nace en el s. II a.C. y desaparece como tal en el s. II d.C. pero no por su extinción violenta sino porque sus ideas y cosmovisión del judaísmo, tras el Deicidio, se impusieron finalmente en el judaísmo de la diáspora hasta nuestros días. El fariseísmo se diluyó, así, en el judaísmo oficial, tras la destrucción del Templo en el año 70 d.C. y la destrucción de los restos de Israel por parte de los romanos. Se puede decir sin temor a equivocarse que el judaísmo ortodoxo de hoy es fariseo, por talmúdico y anticristiano. Desde los Macabeos y su lucha contra el helenismo, el fariseísmo fue creciendo en influencia hasta encontrarse en su apogeo durante la vida terrena de Cristo.
Cristo fue sin dudas el parteaguas del judaísmo, la piedra de tropiezo para enaltecimiento de unos y perdición de muchos, la bandera disputada en el pueblo: la parte más fiel al espíritu de las doctrinas originales de los patriarcas y de la Torá, la que entendió que las profecías mesiánicas de la Escritura se cumplían en Cristo, entró en el cristianismo con alegría, mientras que los que rechazaron a Cristo como Mesías quedaron amargados y endurecidos como piedras y ciegos, apartándose violentamente del verdadero sentido espiritual del judaísmo, y rechazando desde entonces la Torá porque les era odiosa (al comprobar de manera indubitada cómo esas profecías mesiánicas se cumplieron efectivamente en Cristo), echándose en manos, definitivamente, de las doctrinas de los hombres, es decir, del Talmud[4] y, de lo que es peor, incluso de la Kábala.
Dicho de otra forma: los judíos que entendieron que el Mesías prometido era Dios y hombre al mismo tiempo, el Hijo de Dios vivo[5], el “varón de dolores de Isaías”, reconocieron a Cristo, antes o después de su muerte y resurrección, y entraron en el cristianismo. Sin embargo, los que esperaban un Mesías puramente humano, Rey poderoso y jefe de ejércitos que habrían de derrotar a los romanos y a todos sus enemigos terrenales, los que esperaban un Rey del mundo y no un Rey del Cielo y de la Tierra, ésos, endurecieron sus corazones como pedernal y le rechazaron, atrayendo sobre sí la maldición de Dios tras pedir solemnemente ante Pilatos que su sangre inocente cayera sobre ellos y sus hijos[6], como así fue tras el Deicidio. Esos judíos de hoy, herederos de aquellos fariseos, que esperan ese tipo de Mesías guerrero y triunfador, liberador mundano y político del judaísmo, lo encontrarán, ¡ay!, en el fin de los tiempos, pero será el Anticristo.
En el Libro XVIII, epígrafe 3º de sus Antigüedades judías, Flavio Josefo elogia a los fariseos, y los describe así:
“Los fariseos viven parcamente, sin acceder en nada a los placeres. Se atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de más edad, ajenos a aquella arrogancia que contradice lo que ellos introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la voluntad del hombre, para que éste se incline por la virtud o por el vicio. Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de todo esto disfrutan de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo perteneciente a la religión, súplicas y sacrificios, se lleva a cabo según su interpretación. Los pueblos han dado testimonio de sus muchas virtudes, rindiendo homenaje a sus esfuerzos, tanto por la vida que llevan como por sus doctrinas.”.
En relación con los saduceos, de quienes se dice que no creían en la resurrección, acota también Flavio Josefo “que se atienen a las opiniones de los fariseos, ya que el pueblo no toleraría otra cosa”. Los saduceos pertenecían a la aristocrática y conservadora clase sacerdotal, mientras que los fariseos formaban parte de lo que hoy en día podríamos llamar como “clases medias”, dedicados al comercio y a los negocios, y más abiertos a la innovación por su sentir religioso decididamente favorable al casuismo, es decir, a permitir excepciones e interpretaciones contrarias a la ley que decían amar. La mayoría de los escribas y abogados eran también fariseos, por lo que su interpretación de las Escrituras era la “oficial” en el Templo y luego en las sinagogas.
Vemos, pues, que gran parte del pueblo tenía mucha estima por el fariseísmo y sus integrantes, ya que su apariencia era muy digna, pura y ostentosa[7], hasta el punto de que los saduceos se sometían a las opiniones fariseas para no contrariar al pueblo. El tono laudatorio hacia el fariseísmo que emplea Flavio Josefo no nos debe extrañar, ya que él mismo era fariseo. Podría decirse por tanto que fariseos y saduceos compartían la misma doctrina y la misma forma de entender la religión, salvo por dos puntos esenciales:
- los saduceos creían que el alma perecía con el cuerpo, mientras que los fariseos creían en la inmortalidad del alma, y
- la importancia que los fariseos concedían a la tradición oral, esto es, a las costumbres humanas heredadas de los antepasados, que ponían al mismo nivel que la Torá e incluso por encima de ella, como tantas veces deploró Cristo mismo. Este gusto por las costumbres y doctrinas humanas, hasta el punto de impugnar con ellas la Ley de Dios que decían respetar cristalizó dramáticamente, tras el rechazo de Cristo como Mesías, en el Talmud, que elaboraron desde el s II d.C. (resumen de todas las perversiones del auténtico judaísmo) como compendio de citas y sentencias rabínicas de hombres, netamente separadas ya en tantas cosas del espíritu de la Palabra de Dios; y en la Kábala, que es el gnosticismo judío, trufado de la idolatría adquirida en su destierro en Egipto y Babilonia.
En época de Jesús los saduceos eran mayoría en el Sanedrín[8] (compuesto por 70 sacerdotes): Caifás era el Sumo Sacerdote, el equivalente a nuestro Papa, y era de la secta saducea, si bien había también algunos sacerdotes fariseos que, por su prestigio e importancia ante el pueblo, de seguro tuvieron un papel destacado en la condena de Cristo, ya que son ellos principalmente los que en el Evangelio aparecen instigando su captura y asesinato por blasfemo.
La doctrina farisea era realmente correcta, en la línea de lo que había sido el judaísmo veterotestamentario, y perfectamente compatible con el cristianismo actual. Por eso Cristo la alababa (“Haced lo que os digan[9]”). El problema de los fariseos era, sin embargo, de índole espiritual y de falta de coherencia, ya que no llevaban a la práctica esa doctrina en la que creían sino que, por el contrario, su conducta privada se apartaba de ella y la repelía como el agua al aceite, razón por la cual eran objeto de las constantes imprecaciones de Cristo, que les llamaba abiertamente “hipócritas”. Diríamos nosotros que son la quintaesencia de la hipocresía pues en ellos era igualmente grande el celo en defender la doctrina como el desmentido que, de ella, hacía su comportamiento personal. Hasta el punto en que a la persona hipócrita se la llama coloquialmente aún hoy en día “fariseo”, y la hipocresía que supone de decir una cosa y hacer lo contrario se denomina convencionalmente “fariseísmo”.
La palabra fariseo procede de los vocablos judíos “phérushitn” o “phérishajja”, que quiere decir “separados”, en alusión a su aversión por lo impuro. Por tanto, separados, según ellos, de la impureza o contaminación de la religión. Nada más lejos de la realidad, como veremos.
III. ¿POR QUÉ CRISTO ABOMINABA DE LOS FARISEOS? LOS RASGOS DEFINITORIOS DEL FARISEÍSMO DE ENTONCES Y DE SIEMPRE
1. La esencia del fariseísmo es la hipocresía, es decir, la mentira
El Nuevo Testamento dedica muchas líneas a los fariseos. Los cuatro evangelistas narran detalladamente cómo fue el proceso de oposición gradual que los fariseos tuvieron hacia Cristo: primero se le acercaban con curiosidad, le preguntaban y le dejaban explicarse; luego, al escuchar esa predicación y los milagros incontestables de Cristo comenzaron a sospechar que estuviera poseído; envidiaban a muerte lo que hacía y las muchedumbres que le seguían[10]; finalmente, tras las muchas reconvenciones de Cristo por su perversión espiritual y su hipocresía rabiaban contra Él y no podían soportar lo que decía, pues Cristo denunciaba abierta y públicamente sus mentiras e hipocresía, hasta que comenzaron a conspirar para matarle, lo que hicieron a la postre, persuadiendo al pueblo para que soltaran a Barrabás y a los romanos para que le crucificasen[11].
El fariseísmo es la máxima perversión de la religión, la más peligrosa sin duda porque mantiene la apariencia de santidad, pero la desmiente con las obras. El mismo San Juan Bautista les llamaba “raza de víboras”[12], epítome utilizado también por Cristo para resumir su comportamiento. Reparemos en que las víboras no se ven, son pequeñas, pero muerden al hombre de manera mortal. Así actuaba y actúa el fariseísmo, pues sus integrantes tenían y tienen apariencia de bondad y de santidad a los ojos del pueblo, pero su levadura, que es la hipocresía[13], contamina y envenena a la gente de la manera más ponzoñosa, es decir, sin darse cuenta, al igual que una gota de veneno en un vaso de agua.
La mayoría de los fariseos no aceptaron el llamado a la conversión[14], aunque algunos grupos se dejaron bautizar por San Juan Bautista si bien la salvación, como les decía este profeta, el mayor nacido de vientre de mujer, requería y requiere no sólo bautizarse sino dar frutos de conversión:
“Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. (Mateo 3, 7-10).
La mayoría de los fariseos no daban en realidad frutos de conversión porque la rechazaron ya que de un corazón[15] malo no salen frutos buenos. Al negar la mesianidad y divinidad de Cristo, se condenaron. Y es por eso que el Reino se les quitó a los judíos y pasó a los cristianos[16].
La esencia del fariseísmo es la hipocresía, es decir, predicar lo correcto, lo justo, pero para luego no hacerlo, o, lo que es peor, hacer lo incorrecto, lo injusto. Lo propio del fariseísmo es, por tanto, la mentira, pero la mentira en su grado más peligroso, esto es, disfrazada de verdad y de justicia. Y ya sabemos quién es el Padre de la mentira, el Demonio. Recordemos también que la imagen empleada por San Juan Bautista y por Cristo de “víbora” nos retrotrae al disfraz que empleó el Demonio para hacer caer a la humanidad en el pecado original, de donde se ve que ambos avisaban del peligro oculto del fariseísmo, que mata el alma del que les sigue porque su peligro no es visible sino oculto. Al luchar denodadamente contra el fariseísmo Cristo no hace sino luchar contra el Demonio, oculto baja la apariencia de religiosidad, pues siendo los fariseos los hombres más religiosos de su tiempo eran en verdad los más alejados de la auténtica religión[17]. Es, desde luego, algo satánico aparentar ser virtuoso y religioso sin serlo, es más, teniendo un corazón contrario a la religión hasta el punto del Deicidio, de matar al que es auténticamente religioso, Cristo, y a los que le siguen, los cristianos. Ya sabemos que Lucifer se presenta como ángel de luz, como los fariseos, sus acólitos[18].
Cristo mismo condena el fariseísmo, y deja caer que sus seguidores no se salvarán:
“«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.”. (Mateo 5, 20).
El fariseísmo siempre fue la corriente liberal del judaísmo – pero en la práctica, no en la doctrina – en contra de lo que pudiera parecer, ya que tenían fama por mantener supuestamente la integridad de la ley y de la moral, pero en la realidad fueron vaciando progresivamente los mandamientos de Dios de su sustancia natural, desde los siglos previos al nacimiento de Cristo, por medio de excepciones, casuismos e interpretaciones rabínicas que justificaban, para cada situación personal, una práctica que acabó por ser contraria a los mismos mandamientos de Dios, como veremos. Esto se ve muy claramente en su permisividad total con el repudio y el adulterio.
2. El casuismo y las doctrinas humanas que excepcionan el recto entendimiento y cumplimiento de la Ley de Dios, esto es, de los Mandamientos. Un claro ejemplo: el mandamiento de “No cometerás adulterio”
Si alguno tiene la tentación de decir que Cristo no era legalista o que venía a predicar una doctrina que contradecía los mandamientos y la Palabra de Dios Padre (como un nuevo marcionismo), debe saber que está en un grave error. Y esto se lo explicaba Cristo a tiempo y destiempo a los fariseos, que gustaban de una religión en la que su doctrina era correcta pero su “pastoral”, la praxis, era relajada y facilona, con lo que impugnaban la misma ley que decían amar:
“«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 17-20)
Porque Cristo ama la ley y ha venido a devolverle su sentido inicial, mucho más estricto que el que tenían de ella los fariseos. El plan de Cristo era devolver a los hombres el plan inicial de Dios, donde la ley se cumpliera a rajatabla según su sentido literal y más allá aún, recordando su espíritu y sentido auténtico o ratio legis, pero no un espíritu enfrentado con la literalidad de la ley, sino que incluso la hacía más rígida. No vino pues, Cristo, a contradecir la letra de la ley, sino, al contrario, a devolverla a su verdadero espíritu, que limpiaba la ley de las excepciones, casuismos e interpretaciones laxas acuñadas por los fariseos durante siglos. Como vemos en Mateo 5, 17-20, Cristo dice claramente que no se salvarán los que prediquen una justicia contraria a la ley, y que estarán mucho tiempo en el purgatorio los que pequen venialmente incumpliendo los preceptos menores de la ley y los profetas. Y para demostrarlo, a continuación, expresa el verdadero sentido de la ley, endureciendo los mandatos que ya no cumplían los judíos fariseos, que empleaban la pastoral y el casuismo para excepcionar la letra de la ley[19].
Esto queda claro también en Mateo 5, 21-48: Cristo endurece los mandamientos de Dios recibidos en el Monte Sinaí por Moisés, recopilados en la Torá, repristinando el auténtico sentido de la ley, recordando la necesidad de cumplirla a la letra. Así:
1º. No matar ya no significa sólo no matar en sentido estricto, sino no insultar a otros, porque con la lengua también se asesina (Mateo 5, 21-22[20]);
2º. No sólo comete adulterio quien estando casado válidamente tiene relaciones sexuales con una tercera persona sino quien estando casado válidamente mire a otra mujer deseándola (Mateo 5, 27-28)[21]. De donde echamos de ver que toda doctrina que le quiera quitar importancia al pecado mortal de adulterio no es de Dios, pues Cristo mismo recuperó el sentido absoluto y estricto del sexto mandamiento.
En relación con el repudio (el actual divorcio), Dios lo odia y odia también al que lo justifique con causas humanas[22]. Y Cristo, igual, dice que no cabe en ningún caso, salvo en caso de porneia, es decir, cuando dos personas conviven maritalmente sin estar casados, es decir, en fornicación (Mateo 5, 31-32). Peca mortalmente, pues, el que deja a su mujer (se divorcia de ella), pero peca doblemente porque hace a su mujer adúltera, ya que es probable que la mujer dejada caiga en adulterio por rejuntarse o casarse civilmente con una tercera persona. Igualmente cometía adulterio el que se casase con la mujer abandonada (hoy podríamos decir que el que se case civilmente con la abandonada). Es bastante evidente en estos dos versículos que Cristo corta de raíz una práctica muy común de los fariseos que era justificar el repudio de su mujer por cualquier causa, por peregrina que fuese.
Se sabe que los fariseos se inventaron mil y una causas para poder repudiar a sus mujeres y así poder casarse con otras (incurriendo así en adulterio ellos, a la vez que inducían, como dice Cristo, a sus mujeres abandonadas a que cayeran también en adulterio[23]): algunas eran ridículas, como que al marido le gustaba otra mujer más que la propia, que la mujer les sirviera la comida fría o un plato con mal sabor, o si se entretenía en la calle a hablar con alguien, o si se ponía a hilar en la puerta de su casa y no dentro. Además, el repudio era posible sólo por parte de los varones. Los judíos de la época de Jesús se mostraban divididos entre las enseñanzas de dos grandes rabinos: Hilel y Shammai. La Escuela de Hilel era absolutamente liberal y permitía el repudio por cualquier motivo que pudiera placer al hombre. La de Shammai era más rigorista, y sólo lo permitía por adulterio. Cristo abolió ambas interpretaciones y no permitió ninguna razón para el repudio de la mujer en un matrimonio válidamente celebrado, pues la excepción de la porneia o repudio que cita Cristo juega sólo para parejas que no estaban casadas. Además, tras la destrucción del 2º Templo por Tito en 70. d.C., la Escuela farisaica de Hilel se impuso en todas las sinagogas y en el judaísmo rabínico, hasta hoy.
Hasta tal punto estaba asentada esta mentalidad divorcista y adúltera entre los judíos contemporáneos de Cristo que él mismo les llamaba frecuentemente “generación malvada y adúltera”[24]. De hecho, los mismos apóstoles estaban contagiados de ese fariseísmo ya que se escandalizaban de la doctrina de Cristo al respecto[25]. Veamos qué le dice Cristo a los fariseos, que, como hemos dicho, se habían inventado múltiples causas lícitas para divorciarse de su mujer y cometer adulterio legal casándose con otras mujeres:
“Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. Le siguió mucha gente, y los curó allí. Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?» El respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.» Dícenle: «Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?» Díceles: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer – no por fornicación – y se case con otra, comete adulterio.» (Mateo 12, 1-11).
Obsérvese cómo completa este pasaje del Nuevo Testamento al anteriormente comentado: para Cristo no caben excepciones, ni el casuismo fariseo que permitía el divorcio al varón por cualquier causa. Ni una causa admite Cristo, porque la que parece admitir es la ya comentada de la porneia, es decir, de la fornicación (cuando entre la pareja no hay matrimonio sino que conviven maritalmente sin estar casados, en cuyo caso sí puede, evidentemente, el hombre divorciarse de la mujer, ya que no hay matrimonio entre ellos). Y cuando los fariseos apelan a Moisés, Cristo les deja claro que su intención es volver al precepto original con el que Dios prohibió el adulterio en el sexto mandamiento: prohibir el repudio de manera absoluta, y calificar sin ambages de adulterio el pecado que comete el marido que repudia a su mujer y se casa con otra. También califica de adulterio, como hemos visto en Mateo 5, 31-32, el pecado que comete la mujer repudiada cuando se une carnalmente a otro hombre.
Cristo viene al mundo a devolver la pureza y el rigor de la Ley de su Padre, ordena cumplir los mandamientos para poder entrar en el Cielo, y dice que le aman quienes los cumplen[26]. Porque Moisés, ante los “fariseos” de su tiempo, tuvo que condescender y permitirles dar libelo de divorcio a sus mujeres, pero por causas tasadas y justas. Y lo hizo, precisamente, “por la dureza de sus corazones[27]”, rasgo, por cierto, típicamente fariseo. Los fariseos, sin embargo, con sus sentencias rabínicas y justificaciones humanas, fueron aumentando esas causas ad nauseam, acuñando jurisprudencia que permitía decenas de causas de repudio, a cual más inhumana, superficial e injusta, porque condenaba a la mujer repudiada a casarse de nuevo, si no quería caer en la prostitución o morir de hambre.
3º. El perjurio es pecado, pero es también incorrecto jurar por cualquier razón (Mateo 5, 33-37). Viene de Dios hablar claro: sí, sí; no, no. Viene del Diablo el hablar confuso, oscuro o complejo y el introducir excepciones o casuismos (el sí pero no o el no pero sí, podríamos decir). Como dicen los anglosajones, el Demonio está en los detalles.
4º. No hay que amar al prójimo y odiar al enemigo, sino amar a ambos, pues, ¿qué mérito hay en odiar al enemigo? (Mateo 5, 43-47), pues el Padre celestial hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Como conclusión podemos decir que Cristo, que es Dios, vuelve a darle a los mandamientos el sentido original que Dios padre quiso darles cuando se los entregó a Moisés, quitando las doctrinas humanas farisaicas que han ido excepcionando su cumplimiento por razones egoístas. En puridad, no es que Cristo endurezca los mandamientos, sino que les devuelve a su auténtico sentido, que fue tergiversado por los fariseos en los dos siglos previos a Cristo. Y es por ello por lo que termina Cristo su discurso con una frase inolvidable: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Cristo nos pide la santidad, la perfección, que es posible de alcanzar con la gracia de Dios y con el sacrificio personal. No se contenta con pedirnos el bien humanamente posible en cada situación, ni un mal menor, porque ello sería negar la gracia y caer en el pelagianismo de que es el hombre el que debe, con sus esfuerzos, salir del pecado. Pensar así lleva a la conclusión de que es heroico, por ejemplo, estar en castidad en una relación adúltera, o que un sacerdote sea célibe, o que un matrimonio sea fiel. La moral de situación fue condenada por Pío XII y es anticristiana[28].
El adúltero ama la ley mosaica de los ritos y rituales (no así los mandamientos de Dios, cuyo sentido real pervierten), porque precisamente esos ritos y rituales son cuestiones externas, que podría hacer cualquiera sin tener fe o un auténtico sentimiento religioso. Ésta es la Ley que la nueva alianza abrogó, la de los sacrificios de animales y los interminables y farragosos rituales humanos de los judíos. Al contrario, los fariseos no aman los mandamientos de Dios, que forman parte de la Nueva y Eterna Alianza, claro está, porque ellos en realidad no son religiosos en el sentido real de la palabra. Sólo tienen fachada. A esto alude Cristo mismo en estos versículos, que les definen y retratan con verismo:
“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (Mateo 23, 23).
Vemos cómo Cristo les reprocha que respetan las cuestiones materiales, económicas, de la fe (los diezmos menores) pero no los preceptos centrales de la religión: la justicia, esto es, cumplir los mandamientos; la misericordia, esto es, la auténtica caridad para con el prójimo (no la limosna representada y escenificada); y la fe: finalmente, creer en Dios. Es por esto por lo que el Espíritu Santo le hace decir a San Pablo:
“Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor. 13, 3 y ss.)
Como vemos, sin caridad todo lo que en apariencia pudiéramos hacer de bueno (como hacían los fariseos en su vida pública, no en la privada, claro), de nada nos sirve a los ojos de Dios. Quien tiene caridad tiene virtudes que difícilmente posee un fariseo: es paciente, servicial, no es envidioso, ni jactancioso, ni soberbio, es decoroso, no busca su interés (algo tan farisaico), no se irrita ni es vengativo, no es injusto ni se alegra con la injusticia sino que se alegra con la verdad… Hace San Pablo aquí un retrato al aguafuerte del justo, tan indeleble que es el anverso del retrato que, durante toda su vida pública, hizo Cristo de los fariseos.
3. Lo que Cristo aborrecía de los fariseos no era su doctrina, ni siquiera su conducta pública, sino su praxis o conducta privada
Cristo le dice a sus apóstoles: “Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mateo 23, 3).
Efectivamente, Cristo sabe que los fariseos dicen lo correcto, pero hacen lo incorrecto. En eso radica su hipocresía. Su apariencia externa era intachable, con largas filacterias y orlas de sus mantos, y su conducta religiosa afectada y no sincera.
En Mateo 6, 1-18 Cristo los describe perfectamente y les llama “los hipócritas”. Su conducta pública era ejemplar, pero la echaban a perder porque no la hacían en lo secreto o en privado, sino en público, para ser alabados por los hombres. Sus obras de misericordia eran mentira, pues las hacían para darse importancia y ser venerados por el pueblo, no por auténtica y sincera caridad: sus sirvientes tocaban la trompeta delante de ellos para que la gente les viera depositar la limosna.
Otra práctica que realizaban era el ayuno, pero, de nuevo, de forma que todos lo notaran. El ayuno siempre ha sido bien visto por Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero los fariseos no ayunaban para ofrecer sus sufrimientos por la conversión de los pecadores y la suya propia, sino que demacraban sus rostros con harina y se echaban arena sobre la cabeza para que todos vieran que estaban ayunando y les ensalzaran. Algunos piensan, equivocadamente, que Cristo no quiere penitencias ni ayunos. Es falso: todos los santos de todas las épocas han ayunado, pues desde que Cristo subió a los Cielos a los amigos se les ha quitado el novio, y entonces deben ayunar[29]. Incluso dio instrucciones sobre cómo hacerlo sin darse importancia y sin que nadie se diera cuenta, justo de modo contrario a como lo hacían los fariseos:
“«Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga” (Mateo 6, 16).
No obstante estas clarísimas palabras de Cristo promoviendo el ayuno a sus discípulos cuando él ya no estuviera, desgraciadamente hay hoy en día en la Iglesia una fuerte corriente antipenitencial, según la cual, Cristo sólo quiere misericordia, no penitencia. Es una mala interpretación de Oseas 6, 6[30] y de Mateo 9, 13[31]. La primera cita se refiere a la hartura de Dios Padre con los sacrificios de animales (holocaustos), cuando se hacían como algo externo y desligado del verdadero arrepentimiento del corazón y del amor a Dios y al prójimo. Y en la segunda cita, Cristo la une a las frases inmediatamente anteriores, cuando los fariseos se escandalizaban de que Cristo se reuniera con pecadores, publicanos y prostitutas, pues según ellos eran impuros y nadie debería tocarles, cuando es evidente que Cristo lo hacía para llamarles a la conversión (y por eso les contó esa obra de arte en miniatura que es la parábola de la conversión por excelencia, la del Hijo pródigo, Lucas 15[32]).
Y cuando rezaban lo hacían en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados, para que todos vieran su piedad. Por el contrario, Cristo ordena ayunar sin que se note, perfumándose la cabeza, y rezar en lo privado, en el cuarto, en la alcoba de cada uno. Con esto vemos claramente que Cristo odiaba la apariencia de santidad y bondad de los fariseos, porque hacían las cosas para que les vieran los hombres, por respetos humanos, para medrar socialmente y granjearse la adulación de todos (pecado de soberbia). Cristo quiere que hagamos las cosas en privado, de corazón, sin que vean nuestros méritos los hombres, pues Dios ve en el corazón y premia la humildad.
Como vemos, dar limosna, ayunar o rezar son buenas prácticas de piedad y misericordia pero en los fariseos se pervertían de raíz porque eran falsas, eran mentira: no las hacían por amor al prójimo o por amor a Dios, sino para que el pueblo, al que tenían engañado, les adulase. Eran el equivalente de algunos políticos de nuestros días, que cuando ven una cámara delante dan besos a los niños, donan cheques de dinero a los necesitados, ponen cara triste ante la pobreza ajena… pero que en su vida privada hacen el mal, aborrecen realmente a los pobres y son corruptos. Es una pose. Los fariseos, en resumidas cuentas, estimaban más el favor de los hombres que el de Dios, eran, por así decirlo, “demócratas religiosos”.
Dios odia las apariencias, porque las apariencias son falsas, son una especie de cáscara bonita para cubrir la negrura del corazón. Dios ama la Verdad, y las apariencias son una mentira. Es por eso por lo que dice en otro pasaje que el árbol bueno da buen fruto y el malo da mal fruto[33]. Recordemos que el propio San Juan Bautista, cuando bautizaba a los fariseos, les pedía que dieran frutos de conversión. Lo importante es dar buen fruto, aunque se trate de un árbol feo. Al contrario, ¿de qué sirve que el árbol sea grande o vistoso si no da frutos, como la higuera frondosa llena de hojas pero sin higos? A ésos las condena y las maldice (Marcos 11, 13-14)[34].
Es por eso por lo que Cristo mismo les llama hipócritas, porque dicen cosas buenas siendo malos. ¿Cómo es eso posible? Pues porque las cosas buenas que dicen son una mera apariencia, no las dicen de verdad, porque no creen en ellas. Cuando alguien dice algo malo o se comporta en público como hombre malo, aún tiene enmienda, porque no miente. Lo grave, lo perverso es, siendo malo, aparentar en público ser bueno y decir cosas buenas[35], ya que en ello hay un rechazo consciente (la mentira implica eso) a la auténtica fe:
«Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno; suponed un árbol malo, y su fruto será malo; porque por el fruto se conoce el árbol. Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas” (Mateo 12, 33-35)
Cristo no detestaba a los fariseos por tener una doctrina intachable (es más, la alaba y dice a sus discípulos que la digan) sino porque su conducta privada no era acorde con la misma. Por tanto, no creamos a los que llaman hoy en día fariseos a los que aman la sana doctrina, los dogmas de la Iglesia, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, etc., ya que los fariseos eran despreciables por su conducta, no por su doctrina. Y es que, en el fondo, el que rechaza la doctrina que dice amar, porque la impugna con sus actos, no ama la doctrina, sino que la desprecia. He ahí la gran impostura del fariseísmo: la doctrina sólo es un instrumento para aparentar cumplirla en público y darse así importancia ante los hombres, pero, en realidad, ni aman la doctrina, ni a Dios, ni a los hombres, sólo se aman a sí mismos. Para ellos Dios mismo, la religión, es un medio para llegar al pueblo, que es en realidad el objeto de su interés, el pueblo idolatrado y por ende, el mundo, lo mundano. Es tan grave su impostura que Cristo les llama “hijos del Diablo”, en una de las imprecaciones más fuertes que sale de su boca en toda su vida pública:
“¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios.»” (Juan 8, 43-47)
Vemos, pues, palmariamente, que Cristo rechaza y combate a los fariseos porque no son lo que parecen, porque siendo malos aparentan ser buenos. Su corazón es tenebroso, su auténtico ser, su esencia es injusta y malvada. Todos podemos convertirnos, eso es cierto, pero es verdad que también alguien puede rechazar la gracia siempre, si quisiera. Muchos de los fariseos eran de esa condición. Y Cristo acuñó para ellos un calificativo que ha pasado a ser inmortal y felicísimo, porque no cabe definir mejor a un hipócrita que la palabra “sepulcro blanqueado”:
“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23, 27-28)[36]
La idolatría del pueblo es en realidad la democracia religiosa. Mejor dicho: era, sin duda, un populismo religioso, donde todo lo religioso se hace para recibir la aprobación del pueblo y de sus gustos (recordemos, no nos cansaremos de decirlo, por ser retrato quintaesenciado de lo que decimos, el permitir el adulterio introduciendo cientos de causas de repudio) en el que se adora al pueblo y se le teme, se busca su alabanza y su aprobación, con fines políticos, de escalada social, y mundanos, no espirituales. Y con ello se desvía la latría, que sólo se debe a Dios, y se cae en la demolatría, o, peor, en la antropolatría. He aquí al fariseo desnudo.
Caifás lo deja entrever en su terrible frase: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.»”.(Juan 11, 49-50). Vemos aquí una típica inversión satánica: lo importante es el pueblo, no la Verdad. Conviene matar al que dice la Verdad, porque si no, en su opinión, el pueblo se levantaría y los romanos destruirían Jerusalén y el templo[37]. Caifás andaba muy equivocado, o mentía. Bien sabía él que la conversión de los judíos a Cristo no supondría ninguna rebelión contra los romanos, sino contra ellos, la clase farisaica, el Sanedrín. De hecho, la rebelión contra Roma la instigaron los zelotes, lo que atrajo hacia sí la destrucción profetizada por Cristo, del Templo y de la ciudad santa, en 70 d.C. En el fondo Caifás, los fariseos y los saduceos no podían ocultar su envidia malsana por los éxitos de Cristo en sus milagros y en el amor sincero que le profesaba el pueblo, que le seguía embelesado, como ovejas sin pastor, de modo que muchos creyeron en Él. No es casualidad que fuera tras uno de los más grandes milagros de Cristo, la resurrección de Lázaro, cuando tantos judíos se convirtieron, pero, a la vez, los fariseos y saduceos decidieron asesinarle finalmente[38]. Nunca como en este momento se ve tan drásticamente la separación del judaísmo en dos partes: los creyentes y los no creyentes (recuerda a la línea seca que separó a los que en el Monte Sinaí aceptaron los mandamientos de Dios y a los apóstatas que idolatraron al carnero de oro).
Dios mira los corazones, no las apariencias, y por eso avisa al pueblo de no contagiarse de la hipocresía, que es la levadura de los fariseos, y avisa también a los fariseos de que Dios conoce sus corazones y de que en el juicio universal todo lo oculto se sabrá y saldrá a la luz:
“En esto, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primeramente a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. «Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése”. (Lucas 12, 1-5)
4. La desviada hermenéutica de la Ley de Dios por parte de los fariseos, conforme a sus gustos, para hacerse un Dios a su medida, a su imagen y semejanza
El cuarto mandamiento de Dios, para los judíos, era honrar el sábado. Dice así:
“Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado”. (Éxodo 20, 8-11)
Los fariseos no entendieron el sentido espiritual profundo ni de éste ni de los demás mandamientos, como vimos arriba. O, peor aún, sí lo entendieron pero los desnaturalizaban desviando su sentido auténtico, para amoldarlos a su comodidad personal. Por la vía hermenéutica le quitaban su auténtico sentido a la Palabra de Dios. Su negro corazón de tinieblas interpreta los mandamientos torcidamente, en provecho propio, pues no aman a los hombres ni a Dios, y en este caso era bien visible, pues se escandalizaban de que Cristo, siendo judío y proclamándose Mesías, no “respetara” el sábado, al hacer curaciones milagrosas en ese día.
El sentido profundo de este mandamiento es que no es lícito trabajar en sábado (el domingo, diríamos nosotros), si puede evitarse, y ello porque el creyente dedica ese día a Dios, a rezar, a meditar, a adorar al Señor. Pero sí es lícito curar y hacer el bien el sábado porque ello no sólo no impide la dedicación que, de ese día, se hace al Señor, sino que le da gloria. Una vez más Cristo les demuestra a los judíos el auténtico sentido espiritual de los preceptos, que no atenta contra la letra de los mismos, antes bien los ratifica en su rigor, no los dulcifica o suaviza: al igual que la prohibición de adulterio implica, para Cristo, nuevas cargas (no repudiar a la esposa y ni siquiera mirar a otra con deseo), la prohibición de no trabajar en sábado conlleva efectivamente lo que dice la letra (no trabajar) pero Cristo le añade ahora una nueva obligación: sí se puede y se debe hacer el bien al prójimo, obras de misericordia y de caridad ese día más que ningún otro, porque ello glorifica al Señor, siendo ese día un día dedicado a Él. El descanso del sabat es un descanso del esfuerzo mundano (el trabajo), no un descanso del esfuerzo para hacer el bien, para ayudar a los demás, en favor del bien corporal y espiritual propio y ajeno[39].
Al condenar a los que en realidad no incumplen los mandamientos (a Cristo, por curar en sábado; a los que no podían pagar los diezmos por su pobreza, etc.), los fariseos condenan a los que no tienen culpa. Por eso les dice Cristo:
“Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa”. (Mateo 12, 7)
Para el fariseo, la ley, los mandamientos, son cargas que se deben poner en las espaldas de los demás, pero no en las propias. Usan la ley de Dios como arma arrojadiza para condenar a muerte ipso facto y sine die, hipócritamente, a los que no la cumplen, y es por eso por lo que querían lapidar a la mujer sorprendida en adulterio[40]. Como bien nos enseñó Cristo, la ley hay que cumplirla, por supuesto (“No vengo a abolir la ley sino a darle perfección”; “ni una tilde de la ley pasará”, etc.), y quien no la cumpla, salvo ignorancia invencible, no se salva. Pero no se condena a muerte, ni Dios condena al Infierno al instante a quien comete pecado mortal, ya que Dios le da siempre nuevas oportunidades al pecador que se arrepienta con verdadero propósito de enmienda. Por eso Cristo no condena a la adúltera, que se amparó en Cristo y en su corazón se mostraba arrepentida ante su majestad, pero le exigió que no pecara más[41]. El fariseo no concede siquiera al pecador la oportunidad de arrepentirse, y en eso justamente consiste la misericordia, que ellos no aplican a nadie. Esperaban el fallo ajeno para fulminarles y, a ser posible, ajusticiarles. Lo mismo hicieron sus padres cuando quisieron apedrear a Moisés y Aarón, a pesar de haberles sacado de Egipto y haberles guiado sanos y salvos por el desierto, ante la idea de tener que enfrentarse con los gigantes anaquitas que poblaban la tierra prometida[42].
Los fariseos negaban la posibilidad de que los pecadores pudieran ser perdonados de sus pecados, previo arrepentimiento. Negaban la auténtica misericordia, y sólo creían en una falsa misericordia: la que rebaja las exigencias de la moral por la vía de la interpretación desviada y laxa de los mandamientos. Cristo les dejó bien claro que la auténtica misericordia consiste en personar los pecados cuando la persona interfecta se arrepentía sinceramente de ellos, y ante ellos dijo que él tenía potestad de hacerlo, como Dios que era[43].
5. Obedecer los preceptos humanos, pero no los divinos
Como se ha dicho, los fariseos daban mucha importancia a la tradición oral, a las costumbres adquiridas desde siglos atrás en la conducta y dichos rabínicos y sacerdotales. Estas costumbres humanas y sus rituales se contaban por cientos, y un fariseo debía conocerlas y cumplirlas para ser un buen judío religioso. Obedecían así preceptos humanos, al tiempo que contradecían, como se ha explicado, el sentido auténtico de los mandamientos de Dios.
Por ejemplo, se lavaban las manos hasta los codos y se bañaban antes de comer[44]; lavaban los utensilios por fuera antes de usarlos; etc. De nuevo, la reprimenda de Cristo va dirigida a su obsesión por lo externo, por las apariencias, cuando la verdad de la religión está en el corazón, que es el que mira Dios, que es el que tiene que estar lavado y limpio, purificado.
Es por eso por lo que Cristo les echa en cara:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.»” (Mateo 15, 8-9).
Esta idolatría por lo mundano, por lo ordenado por los hombres, que ya hemos denunciado arriba, va además acompañada en los fariseos de un menosprecio del verdadero sentido de los mandamientos de Dios, hasta el punto en que sus preceptos humanos los ponen por encima de éstos. En efecto, el Evangelio muestra cómo los fariseos desobedecen el mandamiento de honrar a los padres porque usaban el subterfugio de declarar “sagrado” u “ofrenda” el dinero con el que debían y podían ayudarles, para dedicarlo a diezmos para el Templo, o, lo que es peor, para no gastarlo:
“Él les respondió: «Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: “Lo que de mí podrías recibir como ayuda es ofrenda”, ése no tendrá que honrar a su padre y a su madre. Así habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición”. (Mateo 15, 3-6).
Como vemos, es grave obedecer doctrinas humanas y no la Ley (los mandamientos de Dios), pero lo perverso es colocarlos por encima y en contra de la misma Ley:
“Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!”
Con esa misma lógica, los fariseos incumplían la prohibición del adulterio usando doctrinas humanas que les permitían repudiar por cualquier razón a sus mujeres, para casarse con otras, varias veces, ad libitum.
Los fariseos cuelan el mosquito y se tragan el camello (Mateo 23, 24), esto es, cumplen las normas humanas y los preceptos menores de la ley, pero no los mandamientos de Dios. Al así hacerlo, se convierten en ciegos, que guían a otros ciegos, pues ni entran ellos en el Reino (con su conducta hipócrita y sus mandamientos humanos) ni permiten que otros entren, a los que convencen y contagian con su levadura. Y su proselitismo se convierte en muerte, pues es bueno el proselitismo para salvar almas (como siempre hizo la Iglesia con los protestantes, judíos, indios o paganos[45]) pero es letal cuando se trata de convencerles de las doctrinas fariseas[46].
Para salvar o condenar un alma, Dios mira el corazón: si el corazón es bueno y recto, cumplirá la ley por amor a Dios, si no lo es, aunque memorice y proclame la ley, no la cumplirá, como hacían los fariseos[47].
6. El apego al dinero, las riquezas, el poder y la política
Hay un rasgo del fariseo que no se ha destacado mucho y es su materialismo. Cristo les impreca:
“«¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!”
Vemos que el fariseo le da de lado a lo más Santo, el Santuario, por ser el Templo donde habita Dios, y jura por el oro del Santuario, esto es, por lo secundario, lo material, lo humano (el oro lo aportan los hombres). De nuevo, vemos, la adoración por lo humano, por el dinero, por las apariencias, y no por lo sagrado, por Dios mismo.
Esa misma afirmación se deduce de su gusto por la política, mejor dicho, por la perversión de la política, que si bien es una noble profesión cuando se practica honestamente porque consiste en la búsqueda del bien común, no lo es la política como forma de ascenso social y de detentar el poder para ganancia personal. ¿Cómo interpretar si no el gusto de los fariseos por ser saludados en las plazas, por buscar los mejores sitios en las reuniones y sinagogas, por jurar por lo humano (el oro, la ofrenda) y no por lo divino o sagrado (el Templo, el altar)[48]? Los fariseos juran por aquello que más valoran: y valoran más el oro y las ofrendas, que no son sino fruto del esfuerzo humano, que por lo sagrado. No se dan cuenta que las ofrendas humanas (el oro incluido) es sagrado porque está puesto al servicio de Dios. Siguiendo esta misma forma de pensar: aman lo externo, el oro de los cálices, no el cáliz por ser sagrado. Incluso podríamos decir, con los apóstoles (Marcos 13, 1), que admiraban el templo por su magnificencia, por su obra magna de arquitectura, por su fastuosidad, por su belleza humana, y no por ser la casa de Dios. Como vemos siempre en ellos, apariencia, gusto por lo externo, por lo humano y mundano, dejando de lado a Dios, su poder y su santidad.
Cristo mismo les echa en cara a los fariseos su afán de riquezas y su apego al dinero, reprochándoles una vez más su falsa apariencia de justicia y desapego al dinero (las limosnas que daban en público), cuando la verdad es que sus corazones eran avaros:
“«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios” (Lucas 16, 13-16).
La hipocresía farisaica respecto a la limosna no queda mejor explicada en ningún sitio más que en Lucas 16, cuando Cristo narra la parábola del rico Epulón y de Lázaro, el mendigo que agoniza durante varios días a la puerta de la mansión del rico, sin que éste hubiera salido a socorrerle: como se ve, en la vida privada, cuando nadie les ve, los fariseos son avaros y no aman a los pobres, aquéllos a los que les daban limosnas en las plazas para ser alabados por el pueblo. Al pecado de avaricia Epulón le suma el de homicidio (dejar morir de hambre a Lázaro, teniendo los medios para evitarlo fácilmente) y el de hipocresía. Cristo pinta un retrato vivo con trazos indelebles de la maldad humana, que confronta con la caridad de los perros, que por amor a Lázaro le aliviaban lamiéndole sus llagas. Es fuerte pensar que Cristo pone a los fariseos y a su corazón empedernido por debajo del instinto natural de los animales.
El apego al dinero explica mucho de la conducta farisaica: demostraban su “religiosidad” en público para ser apreciados por el pueblo, pues se valían del pueblo para ocupar puestos de poder y, a fin de cuentas, para hacer clientela para sus negocios privados y públicos.
7. Los fariseos querían ver, para luego no convertirse
“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba” (Marcos 8, 11)
Desde el comienzo de su vida pública, los fariseos seguían a Cristo intrigados por aquel Hombre que se proclamaba Mesías, enviado de Dios Padre, y constantemente le pedían que hiciera milagros y signos, para mostrar su poder. Quedaban en efecto muy asombrados por sus constantes milagros, aunque se escandalizaban porque muchos de ellos los hacía en día sábado, merced a su errónea concepción del mandamiento de guardar este día sagrado, como hemos indicado arriba.
Pero resulta que después de observar sus muchos milagros, como nunca los había hecho ningún hombre antes, decían de él que los hacía por medio de demonios (Lucas 11, 15[49]), o porque estaba poseído (Juan 10, 20[50] y Juan 8, 47-48[51]). Esto es, sin duda, un pecado contra el Espíritu Santo: conocer que las profecías mesiánicas convergían todas en Jesús, pedirle que hiciera signos y milagros a cada momento, que Cristo los hiciera (no porque ellos se lo pidieran, ya que cuando ellos se lo pedían, Cristo, asqueado, no los hacía; los hacía para ayudar y curar al pueblo), para, finalmente, envidiarle, aborrecerle y asesinarle.
Esteban, el protomártir, les echa en cara a los fariseos cometer el pecado contra el Espíritu Santo: rechazar al Mesías, sabiendo que se cumplían en él las profecías de la Torá y de los profetas que tan bien conocían, al igual que sus padres mataron a los profetas:
“«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.» Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él” (Hechos 7, 51 y ss.)
Cristo sabía que esa estirpe de hombres no era religiosa, por mucho que aparentase serlo. Sabía, como Dios que era, que aquellos hombres, aunque volviera un muerto a exhortarles, no se convertirían[52]: es decir, ni Cristo resucitado, vuelto de la muerte, pudo convertir a los fariseos, que endurecieron su corazón, y así siguen, ciegos, hasta que no se conviertan antes de la Parusía, cuando le reconozcan como Mesías[53] (también el Espíritu Santo inspiró lo mismo a San Pablo, como puede leerse en 1 Rom., 11, 25-26[54]).
8. Los fariseos fueron los que mataron a los profetas, los que mataron a Cristo, y serán también los que perseguirán a la Iglesia fiel de los últimos tiempos
Leamos el impresionante anatema (elenjon) que Cristo lanza contra los fariseos:
“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: “Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!” Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna? Por eso, he aquí que yo envío a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el Santuario y el altar. Yo os aseguro: todo esto recaerá sobre esta generación. «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» ” (Mateo 23, 29-39)
En este discurso de Cristo se echa de ver cómo en Dios la justicia y la misericordia son atributos unidos: es misericordioso con los que se arrepienten o están abiertos al arrepentimiento (un Mateo, una Magdalena, un Nicodemo, un centurión romano, etc.) pero no es misericordioso con quien rechaza la misericordia, es decir, la conversión, proclamando la justicia y la condenación de los pecadores empedernidos que no quieren convertirse y que, además, quieren asesinarle por decir la Verdad (¡de hecho a Cristo le llaman blasfemo!) y desnudar su falsedad. Cristo aquí entronca a los fariseos de su tiempo con los que, desde el origen de los tiempos, se opusieron a los planes de salvación de Dios: desde Caín, Cristo les imputa los asesinatos de todos los profetas que Dios fue mandando para corregir a su pueblo frente a la idolatría, fornicaciones y adulterios en los que caía permanentemente. Pero no sólo eso, sino que también profetiza que serán ellos los que le maten, ya que es esa generación la que colmará, con el Deicidio, la culpa por la sangre inocente de todas las épocas, que ellos han derramado por resistirse a seguir los mandamientos y las indicaciones del Señor. Pero no acaba ahí la cosa, ya que Cristo profetiza respecto de ellos que seguirán matando a todos los cristianos que les envíe para convertirlos. La tremenda parábola de los viñadores asesinos va dirigida a ellos.
Y así fue: los primeros cristianos que intentaron convertir a los judíos tuvieron un éxito parcial: Esteban, Pedro, Pablo, Bernabé y los otros convirtieron a muchos judíos, a los que, de buena fe, estaban engañados por el modelo de Mesías que los fariseos habían “vendido” al pueblo: ese Rey poderoso jefe de ejércitos, que liberaría al pueblo del yugo del Imperio romano. Pero los fariseos, sacerdotes, y escribas de las sinagogas no quisieron convertirse, a pesar de conocer la Torá, los Profetas y los Salmos y saber cómo se cumplían en Cristo todas las profecías mesiánicas y a pesar de haber sido testigos de los eventos cósmicos, solares, terremotos que se sucedieron tras la muerte de Cristo en la cruz, incluso tras ver cómo algunos muertos y profetas resucitaron y se les aparecieron para advertirles. Pero en esas profecías Cristo introduce un arcano que enlaza con el fin de los tiempos: “a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad”. Este maltratar a los cristianos, azotarlos en las sinagogas y perseguirlos se refería, sin duda, a los primeros apóstoles y discípulos que intentaron convertirlos. Pero en esa persecución hay una prefiguración de lo que hará la Iglesia católica cuando apostate, como está escrito, y persiga a la Iglesia fiel a Cristo y al magisterio de la Iglesia, en el fin de los tiempos. Recordemos que en otro pasaje del Nuevo Testamento Cristo mismo hace una alusión parecida en relación con la persecución previa a su Venida, a la Parusía:
“«Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio” (Lucas 21, 12-13).
Y, sobre todo:
“Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. «Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. «Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre”. (Mateo 10, 17, 23)
Podemos decir, por tanto, que Cristo aquí se retrotrae al protoevangelio, y entronca a los fariseos con la estirpe de la serpiente[55], la del Demonio, enfrentada desde el Paraíso terrenal a la estirpe de la Mujer, cuya culminación es Cristo, a la que perseguirá acechando su talón, pero sin poder exterminarla, para ser, finalmente, aplastada por María y Cristo en su Parusía. Nótese que en el fariseísmo se sintetizan todos los personajes malignos DENTRO de la religión, del judaísmo primero y del cristianismo después. No hablamos aquí por tanto del mal exterior, de los ateos y no creyentes, sino del mal DENTRO de la Iglesia, el mal infiltrado (“Salieron de entre nosotros; pero no eran de los nuestros[56]”), es decir, la facción religiosa falsa que, en realidad, trabaja contra Dios, pero con apariencia religiosa. Los fariseos de todas las épocas se visten los ropajes religiosos, de oveja, pero en realidad son lobos, falsos pastores. Son los lobos dentro del rebaño, vestidos de oveja, como los que desde dentro del Sanedrín sentenciaron a Cristo:
“Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado mis cosas sagradas; no han hecho diferencia entre lo sagrado y lo profano, ni han enseñado a distinguir entre lo puro y lo impuro; se han tapado los ojos para no ver mis sábados, y yo he sido deshonrado en medio de ellos. Sus jefes, en medio de ella, son como lobos que desgarran su presa, que derraman sangre, matando a las personas para robar sus bienes” (Ezequiel 22, 26-27)
Y:
«Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran. «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. (Mateo 7, 13-18)
Y
«Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí. (Hechos 20, 29-30)
Llamemos ahora la atención sobre el dato de que el complot para matar a Cristo lo realizaron hombres malvados desde dentro de la religión, los que la profesaban falsamente (los fariseos) y los judíos vendidos a los romanos (los que podríamos llamar ateos o apóstatas):
“En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle” (Marcos 3, 6).
Es muy interesante observar cómo los fariseos fueron los autores intelectuales del asesinato de Cristo, pero no sus ejecutores, que fueron los romanos: unos por ignorancia (la soldadesca romana) y otros por una mezcla de ignorancia, injusticia y cobardía (Pilatos). Por eso mayor culpa tuvieron los judíos que los romanos (“el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado”, Juan 19, 11). Esta frase se suele interpretar en referencia a Judas Iscariote. Pero a mi juicio cabe interpretarse mejor si cabe en relación con los que tomaron la decisión de matar a Cristo, que fueron los que contrataron a Judas para que le entregara, es decir, los fariseos y saduceos.
Los fariseos, en efecto, buscaban siempre enfrentar a Cristo con el poder de los romanos, por dos razones: primera, para provocar en ese supuesto Mesías la ira contra los invasores, conforme al modelo mesiánico que ellos tenían del que habría de venir, un mero libertador de los asuntos temporales de los judíos. En segundo lugar, porque era tal el odio y la envidia que sentían por Cristo que buscaban que dijera algo contra el César para poder delatarle ante ellos y que ellos le mataran, como sucedió[57].
Cristo mismo insta al pueblo de que se guarde de la hipocresía de los fariseos, porque si se contagian de ella, pueden condenarse: en Lucas 12, 1-5 les previene de que se guarden de quien puede hacer que se condenen, esto es, el demonio y sus secuaces dentro de la religión: el fariseísmo. No hay que temer la muerte física, sino la segunda muerte o condenación.
Los fariseos son hijos del Diablo (Juan 8, 44), y los creyentes auténticos, los que cumplen los mandamientos de Cristo, son Hijos de Dios (Juan 1, 12; 1 Juan 3, 1; Juan 14, 21). ¿Hay algo más perverso que ser Hijos del Diablo y aparentar ser Hijos de Dios[58]? Es, sin duda, el misterio de iniquidad infiltrado en la Iglesia, la Iglesia falsa, la Gran Ramera que fornica con los reyes de la Tierra, de Apocalipsis XVII, vestida de púrpura y rojo (quien quiera entender, que entienda), que se embriaga con la sangre de los mártires (desde los profetas del Antiguo Testamento, pasando por la preciosísima sangre de Cristo, hasta llegar a la futura marea de sangre de los cristianos martirizados en la Gran Tribulación del fin de los tiempos), pasando por algunos santos eliminados por el mismo fariseísmo: Savonarola, Juana de Arco, etc… Los fariseos, cuando mataron, matan y maten (en este último caso, en el fin de los tiempos, a tantos católicos fieles al auténtico magisterio de la Iglesia) lo hacen y harán pensando que con esto agradan a Dios, que le hacen un favor a Dios:
“Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Juan 16, 2-3).
Vemos de nuevo la tendencia homicida del fariseo hacia los hombres realmente religiosos, que detectan al instante. Lo hicieron y lo harán con todos los demás porque los fariseos realmente no conocieron a Dios, ni reconocieron a Cristo. Y Cristo no les conocía a ellos. Parece que es de ellos, de los fariseos, de los que Cristo también decía, misteriosamente:
“«No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mateo 7, 21-23)
En suma, el fariseo huele y reconoce como nadie la religiosidad verdadera, y la odia porque él no es así. Piensa que los milagros no fueron tales, que no hay una Verdad absoluta, que la Escritura debe interpretarse a su favor y en contra el hombre verdaderamente religioso: usa, en conclusión, lo sagrado para elevarse y castigar al hombre bueno y verdaderamente religioso, al que no tiene dobleces y hace las cosas por amor a Dios y a los hombres, no para ser visto ni loado por el pueblo.
IV. HIPÓTESIS: ¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS EN LA IGLESIA?
Y llegamos a la Iglesia actual. Bien sabemos los católicos que lo que fue, será[59], y que lo que le ocurrió a Cristo en su Pasión le tendrá que ocurrir a la Iglesia fiel, al remanente, antes de que vuelva Cristo en su Parusía. Y es que el siervo no es mayor que su Señor[60]. Lo que sucedió en la vida pública de Cristo y en su pasión, muerte y resurrección es prefiguración (typo) de lo que ha de suceder pronto, en el fin de los últimos tiempos, (antitypo) en la Iglesia fiel de Cristo, la única verdadera, la católica.
De ahí la importancia de conocer los rasgos de los fariseos de la época de Cristo, porque se repetirán (ya se están repitiendo, me temo) en la Iglesia actual, con lo que tenemos los elementos necesarios para columbrar quiénes pueden ser hoy los fariseos, labor fundamental de exégesis para que todo católico sepa a quién temer, porque al igual que aquellos fariseos persiguieron y mataron a Cristo, parece razonable pensar que el fariseísmo usurpando las jerarquías de la Iglesia católica perseguirá igualmente al resto fiel, con tanta o mayor furia que la que desplegaron sus padres hace 2000 años. Si en la Cátedra de Moisés se sentaban, en época de Cristo, los fariseos y saduceos, también en la Cátedra de Pedro se han de sentar sus herederos en los años tremendos del fin del tiempo de las naciones.
Desde luego, hemos llegado a la conclusión de que Cristo amaba la ley, y que él vino a limpiarla de impurezas, de preceptos y excepciones humanas, a reestablecerla sine glosa, en toda su rigidez, aumentando incluso la dureza de los mandamientos que Dios Padre le dio a Moisés en el Sinaí, recuperando su auténtico sentido original, esto es, el literal, espiritualizándolo, como ya vimos. Cristo mismo dijo a sus discípulos que hicieran los que los fariseos decían (el cumplimiento a rajatabla de la ley, de los mandamientos) pero no hiciesen lo que ellos hacían (no cumplirlos). En esto consiste la levadura de los fariseos: en decir lo bueno y no hacerlo, antes bien, hacer lo malo; en aparentar lo bueno pero actuar perversamente conforme les dictaba su corazón; en la mentira del que no es lo que parece.
Escribe San Ireneo:
“(Cristo)… No criticaba la Ley que por medio de Moisés se había promulgado, puesto que los movía a observarla mientras Jerusalén estuviese en pie; pero sí reprendía a aquellos que proclamaban las palabras de la Ley, y sin embargo no se movían por el amor, y por eso cometían injusticia contra Dios y el prójimo.
Como Isaías escribe: <<Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, cuando enseñan doctrinas y preceptos humanos>> (Is. 29,13). Llama preceptos humanos y no Ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de aquéllos (fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo. Esto es lo que Pablo afirmó acerca de ellos: <<Ignorando la justicia de Dios, y tratando de imponer su propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios. Pues el fin de la Ley es Cristo, para justificar a todos los creyentes>> (Rom. 10,3-4). Mas, ¿cómo podría Cristo ser fin de la Ley, si no fuese también su principio? Pues, quien decidió el fin, también llevó a cabo el principio; y es el mismo que dijo a Moisés: <<He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he bajado para liberarlo>> (Ex 3,7-8): desde el principio el Verbo de Dios se habituó a subir y bajar para salvar a quienes el mal tiene sometidos.[61]”
Por tanto, es perverso llamar “fariseos” a los católicos que, con nuestros pecados a cuestas, amamos los mandamientos, el catecismo y el magisterio de la Iglesia, e intentamos cumplirlos, con la gracia de Dios. A los que odiamos el pecado más que nada en el mundo, a los que, por eso mismo, confesamos con frecuencia y evangelizamos para que otros no pequen y contristen al Señor. No, Dios ama verdaderamente la Ley, y su Ley es eterna y no cambia. Dios nos pide cumplir su Ley porque su Ley es su voluntad:
“Jesucristo es el mismo ayer como hoy, y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas” (Hebreos 13, 8, 9).
“La Ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo. Los preceptos de Yahveh son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los ojos. (Salmo 19, 7-8)”.
“…enséñame a cumplir tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu espíritu que es bueno me guíe por una tierra llana.” (Salmo 143, 10).
“He visto a los traidores, me disgusta que no guarden tu promesa… (). Por eso amo yo tus mandamientos más que el oro, más que el oro fino… Mira que amo tus ordenanzas, Yahveh, dame la vida por tu amor. Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios. Príncipes me persiguen sin razón, mas mi corazón teme tus palabras. Me regocijo en tu promesa como quien halla un gran botín. La mentira detesto y abomino, amo tu ley. Siete veces al día te alabo por tus justos juicios. Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos. Espero tu salvación, Yahveh, tus mandamientos cumplo. Mi alma guarda tus dictámenes, mucho los amo. Guardo tus ordenanzas y dictámenes que ante ti están todos mis caminos… ().Mi lengua repita tu promesa, pues todos tus mandamientos son justicia. Venga tu mano en mi socorro, porque tus ordenanzas he escogido. Anhelo tu salvación, Yahveh, tu ley hace mis delicias. Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus juicios. Me he descarriado como oveja perdida: ven en busca de tu siervo. No, no me olvido de tus mandamientos.” (Salmo 119).
Dicho lo cual, ¿quiénes podrían ser hoy los fariseos en nuestra amada Iglesia católica? Induciendo y condensando los rasgos que los fariseos presentaban en época de Cristo, y aplicándolos a nuestra Iglesia hoy, viendo que se cumplen en ellos, podríamos aventurar que son:
I. Los que tienen apariencia de bondad y santidad ante los hombres, sin ser buenos ni santos en realidad:
“En los últimos tiempos… sobrevendrán hombres… que tienen apariencia de piedad pero que la desmentirán con sus hechos”[62].
Son los que predican una falsa misericordia (la que no les llama a la conversión) y aparentan misericordia ante los hombres, pero la impugnan con sus obras y con su auténtico modo de ser. De nuevo el conflicto entre lo que se aparenta y lo que se es, entre lo que se predica (la doctrina) y lo que se propone como pastoral o praxis. Los que separan la doctrina de la praxis, proponiendo una doctrina correcta pero considerándola como un “ideal” utópico y consienten y fomentan en los demás una conducta, una pastoral, una praxis mundana y relajada, con la que ellos se conducían en su vida privada.
II. Los que quieren estar los primeros en los bancos y ceremonias religiosas: todos los que hacen las cosas sólo para ser vistos por los demás, para llamar la atención. Los que gustan que se les salude en las plazas y de ser llamados “maestros”. Los que sólo hacen obras de caridad en público, para que todos les vean y el pueblo les adule. La auténtica caridad se hace en privado, sin que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, dijo Cristo (Mateo 6, 3).
III. Los que excusan el adulterio conforme a la conciencia individual o “comprendiendo” la situación personal de cada cual (de nuevo el casuismo farisaico sobre el repudio). Los que rechazan la clara enseñanza de Cristo sobre el adulterio y justifican con razones humanas el divorcio, compadeciéndose de las parejas en situación irregular (en adulterio), en lugar de alabar y compadecer al cónyuge abandonado que se esfuerza (y lo consigue, impetrando la gracia de Dios) por vivir en castidad, para no pecar. Ésta es la auténtica parte dañada y frágil, a la que hay que proteger, la que la Iglesia ha protegido en los últimos dos mil años.
La auténtica misericordia nunca puede separarse de la Verdad, y exige llamar a la conversión, con caridad pero también con severidad, a quienes vivan en adulterio, esto es, a la castidad, para salvar su alma. Dar la comunión a una pareja adúltera impenitente significaría otorgar validez a esa situación de pecado, al igual que los fariseos le daban validez al matrimonio del repudiante con una nueva mujer y de la repudiada con otro hombre. Y sería empujar a esa pareja a un nuevo pecado mortal: el sacrilegio, haciéndoles reos de la sangre y de la carne de Cristo que quieren tomar indignamente. El sacerdote que promueva o tolere algo así, peca incluso más gravemente que el sujeto que comulga indignamente, por lo que adquiere aquí todo su significado el lamento de Cristo sobre los fariseos: “«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. (Mateo 23, 13)”.
IV. Los que estiman el favor del pueblo más que el de Dios. Los que tienen miedo de irritar a los pecadores por decirles cosas fuertes e inconvenientes y sólo les dicen lo que quieren oír, obedeciendo al demos antes que al Theós, en contra del mandato de los apóstoles[63]. Los que promueven pastorales que gustan a los pecadores públicos (adúlteros, sodomitas), sólo para ser amados por el mundo y no perseguidos, como el pueblo amaba a los falsos profetas que les contaban mentiras[64]. Ya ocho siglos antes de Cristo, en época de Isaías, los hipócritas le pedían que no profetizara cosas malas (los castigos con que Dios les advertía por sus desviaciones morales y por su idolatría), sino alegres y falsas[65].
V. Los que obedecen doctrinas humanas (las leyes de la democracia) por encima de los preceptos de Dios: los cristianos “demócratas”, en el mal sentido de la palabra, esto es, los que dicen estar en contra del aborto o del matrimonio homosexual (por citar dos pecados que claman al cielo) pero ven bien que haya leyes que lo permitan para quien esté de acuerdo incurriendo en la vieja herejía del liberalismo. Aseguran que en una sociedad abierta y plural no podemos oponernos a que esas leyes existan, pues son muchos los que las aceptan, y cada uno puede escoger la opción que considere conveniente… he aquí a los fariseos de hoy en día, a los liberales, a los que ponen la democracia por encima de los preceptos inmutables de Dios, a los contemporizadores con la política[66].
Incluso peor que el liberal es el católico que justifica y acepta positivamente esos dos males e incluso otros como el adulterio, anticoncepción, eutanasia, la ideología de género, la manipulación de embriones, la ecología anticristiana, el relativismo moral, el indiferentismo religioso, el irenismo, el falso ecumenismo, feminismo marxista, etc. porque, según ellos, la única moral aceptable es la que marque el pueblo, el Parlamento, en sus leyes. Y, además, quieren imponerle estos preceptos humanos a los demás cristianos, como si fuera parte del depósito de la fe. La ética del mundo, de la democracia separada de Dios, es literalmente opuesta a los valores y dogmas de la fe. Por democracia, por los demócratas, se decidió ajusticiar a Cristo, cuando el pueblo judío, persuadido por estos fariseos, clamaba ante Pilatos: “Que nos suelten a Barrabás” y “Crucifícalo”[67]: la mayoría democrática así lo decidió. También en otras épocas de la Iglesia la mayoría absoluta hubiera decidido acabar con la Iglesia, como por ejemplo cuando en el s. IV sólo San Atanasio en Oriente y San Hilario de Poitiers en Occidente defendían la divinidad de Cristo frente al resto del orbe católico, que se había convertido en su totalidad al arrianismo. La mayoría democrática apoyó también al adulterio de Enrique VIII con Ana Bolena en Inglaterra, y fueron esos mismos fariseos católicos rendidos a los pies de su Rey los que ajusticiaron a Santo Tomás Moro, al obispo Juan Fisher y a los restos del catolicismo inglés.
Meter la democracia dentro de la Iglesia es mundanizarla, y tal cosa profesa la Iglesia sedicente que transforma en “derechos”, mediante eufemismos, lo que no son sino pecados mortales: y así, hablan del “derecho a decidir” (aborto), a “rehacer la vida” (divorcio, adulterio), al “matrimonio homosexual” (sodomía), a la “salud reproductiva” (anticoncepción), a la “muerte digna” (eutanasia), a la “identidad de género libremente escogida” (transexualidad), etc., etc., etc. Con razón decía el profeta:
“¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” (Isaías 5, 20).
VI. Los que gozan de las simpatías de los pecadores que no quieren arrepentirse de sus pecados, y de los medios de comunicación laicos y seculares del mundo. El auténtico cristiano es perseguido por el mundo, no amado por el mundo[68]. Preocúpese aquel católico que es alabado por el mundo secular.
VII. Los que no se creen pecadores o, peor y más sutilmente, los que no luchan contra el pecado porque, dicen, es “inevitable” y Cristo ya nos ha salvado a todos en la Cruz. Recordemos cómo Cristo retrata al fariseo en relación con el publicano, cuando ambos oraban en el Templo[69]: el fariseo decía ““¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.” (Lucas 18, 11). El fariseo se tiene por no pecador. Son, hoy en día, millones los católicos que creen que no hay pecado, que nada es pecado, que Dios es tan bueno y misericordioso que todos vamos a ir al Cielo (la herejía de la apocatástasis, una expresión de la gran herejía final, resumen de todas las herejías, que es la hidra del modernismo[70]), que el Infierno está vacío, o, en todo caso, que las almas se aniquilan y no han de sufrirlo, o que es temporal y no eterno (ad tempus).
Y por eso son católicos que no confiesan, que comulgan en pecado mortal, y que odian a los hombres realmente religiosos (los que confiesan y comulgan en gracia, y los que valoran más que el oro fino el permanecer en gracia de Dios, con las lámparas encendidas, como las vírgenes virtuosas, para no condenarse). Es una suerte de catolicismo protestante, que profesa una fe según la cual basta con creer en Dios para salvarse, aunque uno muera en pecado mortal. La sola fide, desgraciadamente, es un mal que ha infectado a un porcentaje de fieles católicos altísimo, mayoritario. La prueba irrefutable: confesionarios vacíos, colas para comulgar rebosantes. Son católicos que se hacen un Dios a su medida, en una especie de libre examen luterano (de nuevo el protestantismo), y, por ello, no creen en la gracia de Dios ni en su poder liberador, ni la piden tampoco. Católicos que no leen la Biblia sino libros de autoayuda, que creen sólo en los esfuerzos humanos, abocados al fracaso sin Dios.
VIII. Los que rezan de pie (a diferencia del publicano, que rezaba de rodillas, incluso tumbado en el suelo, Lucas 18, 11): los católicos que, siendo conscientes de ante quién están, no se arrodillan en la consagración, signo patente de modernismo. Los que le niegan ese acto de suprema adoración a Cristo eucaristía, y pasan junto al Santísimo como el que pasa junto a una caja. Al considerar que no pecan, no necesitan confesarse (están muertos en vida) y por eso no se arrodillan, no se humillan ante el Santísimo para pedirle perdón por sus ofensas. El publicano, en cambio, se sabía pecador, y, tumbado en el suelo, no osaba levantar los ojos ante el Santo de los Santos, pero le pedía perdón a Dios porque estaba arrepentido. El fariseo de los tiempos de Cristo y el actual no tienen nada de qué arrepentirse: se consideran perfectos porque ni matan ni roban. Los fariseos quieren la misericordia, pero no el “y no peques más” que Cristo le dijo a la mujer sorprendida en adulterio.
IX. Los que profesan una suerte de populismo religioso católico: esto es, los que proponen una moral de situación, con excepciones y subjetivismos que acaban negando la gracia, al modo luterano. La primacía de la conciencia por encima de la moral objetiva, del pecado, que niega que haya actos intrínsecamente malos es también farisaica, como expresa nuestro propio Catecismo[71]. El casuismo[72] que justificaba el repudio (divorcio) y por ende el adulterio sigue vivo y colendo hoy en día pues muchos en nuestra Iglesia piensan: ¿es que no tiene una persona abandonada por su cónyuge o el mismo que abandona derecho a “rehacer su vida”, a una segunda oportunidad? Esto profesan, desgraciadamente, los fariseos de hoy, haciéndose un Dios a su medida, y justificando su pecado por ser, supuestamente, inevitable (el protestantismo de nuevo) e inhumano y heroico no cometerlo.
Quien justifique el divorcio y el adulterio hoy, calificando a estas parejas con el lenguaje ternurista tan caro al mundo como “familias heridas” o “frágiles” está cayendo en ese fariseísmo o populismo religioso que llama al mal bien y al bien mal, pues tales medidas, si vinieran de la misma Iglesia, serían largamente aplaudidas como un signo de modernidad religiosa, de aggiornamento, por aquella enorme parte del pueblo que vive en pecado público de adulterio, y que quiere que la Iglesia les bendiga sus pecados sin llamarles a la castidad ni a la conversión. Misericordia para todos, sí, pero primero para el abandonado que vive en castidad, y luego, para los adúlteros, también, pero en su caso la misericordia exige arrepentimiento por el pecado de repudiar a su cónyuge (esto es, provocar el divorcio[73]) y también por el adulterio posterior cometido, y confesarlos ante el sacerdote con propósito firme de vivir en castidad[74]. El hombre no puede separar lo que Dios ha unido (Mateo 19, 6). El adulterio es una injusticia[75].
X. Los fariseos de hoy aman el dinero y la religiosidad externa. Admiran los templos por su belleza, sus ornamentos, el oro de las iglesias: no a Dios mismo que está realmente presente en el Sagrario, no las Iglesias por estar ahí Dios. Sólo valoran a la Iglesia en la medida en que ésta sirva para ayudar la pobreza mundial, para dar pan y peces (como la multitud que luego de hartarse de comer tras la multiplicación de los panes y los peces quería proclamar Rey a Cristo, multitud de la que Él huyó). Los que quieren que la Iglesia se limite a la “solidaridad” con los demás, con el cuerpo, pero negando la ley suprema de la Iglesia, para lo que la instituyó Cristo: salvar almas, para lo que necesita (y esto se hace odioso a los fariseos de hoy) predicar el pecado, el Infierno, la horrible posibilidad de condenarse. Los que quieren la “añadidura” antes que el Reino, lo material antes que lo espiritual[76]. En suma, los que aparentan ser justos por fuera y se preocupan sólo del estado material del hombre (la teología de la liberación, del pueblo, esto es, el marxismo metido en la Iglesia) pero injustos por dentro (esa forma de pensar sólo libera el cuerpo pero condena el alma, dicen que aman a los hombres pero lo dejan en sus pecados, en sus miserias).
XI. Los fariseos de hoy son los que niegan los milagros de Cristo (los fariseos también los negaban) y consideran que son sugestiones colectivas o meros “signos”, y los que, después de ver los increíbles milagros eucarísticos de los últimos años o los milagros que Dios hace por intercesión de la Virgen a cientos en Lourdes o en Medjugorje, los niegan como contrarios a la razón, para negar a Cristo: el análisis racionalista e historicista, protestante, de la Biblia, con tantos epígonos “católicos” heterodoxos desde mitad del s. XX: Teilhard de Chardin, Küng, Kasper, Martini, Schillebeeckx,Rahner, Lehman, Boff… y los nacionales Pagola, Castillo, Queiruga, y un largo etc., cuya divisa ha sido, tristemente, mundanizar la Iglesia, en lugar de cristianizar el mundo.
XII. De triste actualidad es este rasgo: los fariseos de hoy son los que quieren volver a la ley de Moisés, otorgando validez a las parejas compuestas por algún cónyuge casado válidamente por la Iglesia y vuelto a casar por lo civil (adúlteros), pues también Moisés, por la dureza de su corazón, les permitió el repudio y el adulterio posterior. De esto tenemos cumplidos ejemplos en las dos sesiones del reciente Sínodo de la familia, 2014 y 2015[77].
Mucho me temo que sean los fariseos de nuestros días y de días venideros no lejanos los que han de perseguir a la Iglesia fiel, los que azucen a los poderes mundiales y mundanos seculares (como los fariseos azuzaron a los romanos contra Cristo) para que extermine al remanente, por decir las cosas que molestan al mundo, como el matrimonio homosexual, el aborto, el adulterio, la ideología de género, la eutanasia, el feminismo radical, etc. Desgraciadamente en muchas Universidades supuestamente católicas se apoya y fomenta la ideología de género o el adulterio.
Son los católicos falsos que no soportan la sana doctrina[78], al igual que los fariseos de la época de Cristo no podían soportar las verdades de fe que Él les exponía. Y por eso le mataron. Y les reprochan su sana doctrina a los que la profesan, como llamaron blasfemo los fariseos a Cristo[79].
Para concluir, digamos que el fariseísmo es algo más que un pecado. Se trata, más bien, de una actitud religiosa falsa. Su gravedad reside en que es de índole espiritual. Es la corrupción de la religión y del sentido religioso: la vacía de sus dogmas y verdades absolutas, de las que deja sólo la cáscara (una cáscara lustrosa, por cierto), a los que somete a doctrinas humanas, y, a fin de cuentas, a los deseos y desvaríos de los hombres. No es sólo un pecado de falsedad, de hipocresía, sino también de soberbia (la soberbia, el pecado de Lucifer, base de todos los pecados que fueron, son y serán) pues quieren ser adulados por el pueblo por la virtud que no tienen y por la pastoral relajada que permiten.
En el fariseo se resumen todas las personas que, desde dentro de la religión, desde siglos antes de Cristo, se opusieron al plan salvador de Dios Padre con su pueblo Israel, cuyo último fruto fue, nada menos, que el asesinato de Cristo.
E identifico también con el fariseísmo las ideologías populistas dentro de la Iglesia, que con sutilidad la apartan de las palabras de Cristo, del magisterio de la Iglesia y de la tradición, para echarla en manos del “sentir” del pueblo, de un falso “sensus fidei” sentimental pervertido, que justifica el adulterio, la sodomía o la anticoncepción (por decir tres pecados mortales aplaudidos por el mundo), y en el fondo todo pecado, en aras de los derechos de los hombres, para no molestarles en su derecho “a ser felices”, y lo hacen con excepciones[80], justificaciones, casuismos y demás razones humanas, entronizando la conciencia como canon supremo del orden moral individual.
Con razón Cristo se pasó gran parte de su vida pública fustigándolo. Su esencia es la falsedad, la mentira (que viene del Diablo), el hacerse el “religioso” sin serlo, es más, odiando al que realmente lo es, al que ama la auténtica misericordia, la que llama a la conversión a todos, a dejar los pecados (por la gracia de Dios) y a ser realmente perfectos, como Dios es perfecto.
Es importante recalcar que los fariseos católicos de hoy tienen cuidado de no caer formalmente en la herejía: nótese la sutilidad del fariseo, que proclama la doctrina correcta para no ser acusado de hereje[81]. Su pecado es no cumplirla. Subvierte la ley por la vía de los hechos. Pero esta distorsión entre doctrina y pastoral es también materialmente herética, como han denunciado ya algunos pastores[82]. Los fariseos no son odiosos a Dios por su amor a la ley, sino por su hipocresía, es decir, por una praxis, por una pastoral, que no es acorde con la doctrina que predican. El catolicismo en su versión farisaica permitiría pecar a través de una pastoral no católica, subjetivizada y basada en la moral de situación, que tiene como pilar la autonomía de la conciencia y su primacía sobre los mandamientos de Dios y sobre los pecados intrínsecamente malos como el adulterio o la sodomía, si bien esconden su herejía diciendo que la doctrina no cambia o que se mantiene como un mero “ideal” inalcanzable.
El fariseísmo, en suma, es hijo del Diablo, como Cristo mismo dijo, pero será derrotado por María Santísima, quien le pisará definitivamente la cabeza.
Termino con unas excelsas palabras del padre Leonardo Castellani, quien como nadie retrató el fariseísmo de la época de Cristo y de la suya propia (que tanto le hizo sufrir porque lo sufrió en carne propia), sólo por ser un católico jesuita fiel a la doctrina y al magisterio de la Iglesia. Se lee en su obra inmortal “Cristo y los fariseos”:
(El fariseísmo)… “Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que existe sobre la tierra. No habría Comunismo[83] en el mundo si no hubiese fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: “Oportet haéreses esse…” Y al final (en el fin de los últimos tiempos, añadimos nosotros) será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el descenso en persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente innúmeras vidas de hombre.”.
Si a alguno le han parecido duras algunas palabras de este artículo que recuerde que más duras fueron las que Cristo les dirigía a los fariseos, algunas de las cuales hemos reproducido aquí. Cristo, al hacerlo, buscaba la conversión final de los fariseos y la de todos, como la espero yo y la deseo: en primer lugar la mía, pecador como soy, y, a la vez, la de todos los hombres, por la gracia de Dios, incluidos aquéllos que Le resisten.
María Santísima nos alcance a todos la gracia de la conversión y nos lleve al Cielo. Amén.
A mayor Gloria de Dios y de su Santísima Madre.
Antonio José Sánchez Sáez
Católico. Padre de familia
——o——
[1] El cardenal Ratzinger, en la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave en el que salió elegido Papa, como Cardenal Decano, dijo:
“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar… (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”.
[2] “La vida oculta de la Virgen María”, recopilación de las visiones de la beata alemana agustina Ana Catalina Emmerick, Voz de papel, traducción y glosas a cargo de José María Sánchez de Toca Catalá, Madrid, 2012, págs. 27 y ss., del original alemán “Marienleben”.
[3] El profeta Daniel predijo que el mesías vendría y sería suprimido antes de la destrucción de Jerusalén y del segundo templo (Daniel 9, 24-26).
[4] El Talmud es una recopilación de leyes judías, tradiciones, costumbres, narraciones y dichos, parábolas, historias y leyendas, realizada por rabinos desde el s II en adelante. El Talmud discute, explica e interpreta la Torá desde el enfoque fariseo.
[5] Según confesión de Pedro (Mateo 16, 16).
[6] “Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»” (Mateo 27, 25).
[7] “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”” (Mateo 23, 5-7).
[8] “Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la secta de los saduceos, y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles y les metieron en la cárcel pública.”. (Hechos 5,17-18).
[9] Mateo 23, 3.
[10] Pilatos se dio cuenta de que los sumos sacerdotes habían entregado a Cristo por envidia (Marcos 15, 10).
[11] “Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.” (Mateo 27, 20).
[12] Mateo 3, 7.
[13] Cristo advertía constantemente a sus discípulos que se cuidaran de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía (Lucas 12, 1; Marcos 8, 15; Mateo 16, 12).
[14] “«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.»” (Mateo 3, 2).
[15] Mateo 12, 34.
[16] “Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.»
En cuanto a la piedra, cualquiera que caiga sobre ella quedará hecho pedazos; y si la piedra cae sobre alguien, lo hará polvo. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos” (Mateo 21, 43-45)
[17] En palabras del p. Leonardo Castellani: “El pobre Tartufo de Moliere, es un infeliz, un estúpido, un bribón vulgar y silvestre que lleva un transparente antifaz de devoto. Pero el fariseo verdadero no lleva antifaz; es todo él un antifaz. Su natura se ha vuelto máscara; miente con toda naturalidad pues ha comenzado por mentirse a sí mismo. Lo que él simula que es, la santidad, y lo que él es, el egoísmo, se han amalgamado; se han fundido y se han hecho un espantoso veneno que de suyo no tiene antídoto alguno. Glicerina más ácido nítrico igual dinamita. El destino de Jesús de Nazareth era chocar con el fariseísmo; y una vez producido el choque la lucha hasta la muerte sigue inevitable. Este drama tiene el determinismo riguroso de todo buen drama. El sino del que se dio como misión: “las ovejas que perecieron de la casa de Israel” era topar con la causa del perecimiento de Israel, a saber, con los falsos pastores, con los lobos vestidos de pastores, los de la zamarra de piel de oveja. La humanidad no ha presenciado otro conflicto más agudo, peligroso y trágico: la religión viva ha de vivir dentro de la religión desecada sin desecarse ni dejar de ser lo que es, como un golpe de savia que debe mover- se a través de un tronco vuelto corteza. Este fue el difícil y delicado trabajo de Cristo.”. P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.
[18] “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11: 13, 14).
[19] “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.” (Mateo 5, 17 y ss.)
[20] Y también Santiago 3, 5-10.
[21] Catecismo, nº. 2336: “Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: “Habéis oído que se dijo: “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”“ (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (Cf. Mt 19, 6).”.
[22] Malaquías 2, 16: “Pues yo odio el repudio, dice Yahveh Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia, dice Yahveh Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición”
[23] Pablo reconoce que Jesús mandó que la mujer no se «separase» pero que, si lo hiciera, que no volviera a casarse (esto es, que viviese en castidad). 1 Cor. 7, 11.
[24] Mateo 12, 39; Mateo 16, 4… Como sabemos, el adulterio es un pecado especialmente odiado por Cristo porque es también símbolo de la idolatría. Dios mismos llama adúltero al pueblo israelita innumerable veces en el AT por faltar en su fidelidad a Yahvé e irse con otros dioses e ídolos como Baal, Astarté, Tamuz, Moloc, etc. El adulterio es símbolo de la ruptura de la alianza esponsal por parte de Israel en relación con la alianza esponsal que le unía a Dios. Lo mismo cabe aplicar en el cristianismo, pues el matrimonio católico es símbolo de la fidelidad e indisolubilidad del vínculo que une a Cristo y a su Iglesia. En la mente de Dios, quien le es infiel a su esposa (cometiendo adulterio) puede perfectamente serle infiel a Cristo. Cristo le dice al joven rico que para salvarse no se puede cometer adulterio. Y el adulterio es uno de los pecados que condenan a quien lo cometen (1 Cor. 6-9).
[25] “Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.»” (Mateo 19, 10). Cristo les contesta que hay personas que se hacen eunucos a sí mismas para el Reino de Dios: hablaba del celibato de los sacerdotes.
[26] <<Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos>>. Y como él le preguntase: <<¿Cuáles?>>, el Señor continuó: <<No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo>> (Mt 19,17-19). Por eso, como dijo Cristo y se recoge en Juan 14, 21: “El que tiene mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.”.
[27] Mateo 19, 3. Moisés, con toda su buena intención, ante la dureza del corazón de los israelitas, les permite dar el libelo de repudio cuando haya algo en las esposas que desagrade al marido (Deuteronomio, 24, 1). Estas causas siempre fueron rígidas y tasadas, hasta que los fariseos las aumentaron como quisieron, por razón de su egoísmo y lascivia.
[28] “SOYEZ LES BIENVENUES”, DISCURSO SOBRE LOS ERRORES DE LA MORAL DE SITUACIÓN, Viernes 18 de abril de 1952 (https://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1952/documents/hf_p-xii_spe_19520418_soyez-bienvenues.html)
[29] “Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día” (Marcos 2, 20).
[30] “6 Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.”
[31] “Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. = Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.”
[32] Por cierto, el fariseo no es el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo: el hermano mayor cumplía con todo lo que el padre le pedía. El fariseo no cumple nada de lo que el padre manda, como hemos dicho: sólo aparenta hacerlo, sin hacerlo.
[33] “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego” (Mateo 7, 16-19).
[34] La higuera ha sido siempre el símbolo del pueblo de Israel. Muchos se han preguntado por qué Cristo maldice la higuera por no tener higos, si realmente no era tiempo de higos… Pues porque en esa higuera se presentaba a los fariseos, los que le matarían, con apariencia vistosa pero sin frutos, los que después determinarían asesinarle por no soportar las verdades como puños que les decía en la cara, por desnudar su hipocresía.
[35] “Ojalá fueras frío o caliente” (Apocalipsis 3, 15).
[36] Recordemos que “iniquidad” es una palabra ligada al “Misteryum iniquitatis”, al misterio de iniquidad, es decir, el fariseísmo metido en la Iglesia del que saldrá el falso profeta o bestia de la tierra del Capítulo 13, 11 y ss. del Apocalipsis.
[37] “Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.»” (Juan 11, 47-48)
[38] Juan 11, 45 y 53.
[39] Este precepto del sabat, mal entendido y aumentado por las costumbres y dichos rabínicos desde hace siglos, ha llegado hasta el paroxismo en el mundo ortodoxo farisaico actual, en que consideran que no pueden hacer absolutamente nada el sábado, ni siquiera apagar o encender las luces de la casa, tocar un instrumento, montar un animal, remar, ver la televisión, hacer ejercicio, etc. http://www.tora.org.ar/contenido.asp?idcontenido=837
[40] “Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad solapada, cautelosa, lenta, prudente y subterránea; “el dar la muerte creyendo hacer obsequio a Dios.” El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios.1 Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que si él no la mata, ella lo matará.” P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.
[41] Cristo endurece los mandamientos, dándoles su más recto sentido, pero, a cambio, otorga misericordia a los hombres, pues todos somos pecadores, es decir, la posibilidad de arrepentirse cuando se conculcan.
[42] Números 14, 10.
[43] <<Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene el poder de perdonar los pecados>> (Mt 9,6). Ya el rey David, inspirado por el Espíritu Santo había dicho: “David predijo: <<Dichoso aquél cuyas sus iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos. Dichoso el hombre a quien Dios no imputa el pecado>> (Sal 32[31],1-2)”
[44] Mateo 15, 2.
[45] 15 “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. 16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (Marcos 16, 15-16)
[46] “«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar>>. << ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque devoráis las casas de las viudas, aun cuando por pretexto hacéis largas oraciones; por eso recibiréis mayor condenación>>. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!” (Mateo 23, 13-15).
[47] “Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre”. (Mateo 15, 19-20)
[48] “Y también: “Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado.” (Mateo 23, 18).
[49] “Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.»”.
[50] “Muchos de ellos decían: «Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué le escucháis?»”.
[51] “Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?» Respondió Jesús: «Yo no tengo un demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí.”.
[52] “Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.” (Lucas 16, 31). Cristo aquí estaba profetizando sobre los fariseos, que no sólo no se convirtieron a pesar de ver a Cristo resucitar a varios muertos, y, finalmente a Lázaro, después de cuatro días fallecido (no sólo no se convirtieron sino que, tras esa espectacular resurrección, los fariseos decidieron finalmente asesinarle); pero también profetizaba sobre sí mismo, pues los fariseos, que complotaron para matar a Cristo, tampoco se convirtieron cuando conocieron su resurrección (de nuevo el pecado contra el Espíritu Santo) y, para engañar al pueblo y mantenerle en la ignorancia del fariseísmo, para impedir que se convirtieran, sobornaron a los soldados para que propalasen la especie de que los discípulos habían robado el cuerpo de Cristo, versión que llega aún hasta nuestros días en las escuelas rabínicas ortodoxas. Recordemos que los fariseos se proclamaban discípulos de Moisés, pero no discípulos de Cristo (Juan 9, 28), como si ambas cosas fueran incompatibles. No sólo no lo eran, sino que el mismo Moisés hubiera llorado por poder ver un solo día del Hijo del Hombre en la tierra. Ese aparente amor de los fariseos por Moisés se debía, sin duda, porque Moisés fue el gran legista y codificador de la ley judía, y porque, como Cristo dijo, por la dureza de su corazón, les permitió repudiar a sus mujeres para adulterar con otras.
[53] “«¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»” (Mateo 23, 37-39).
[54] “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, = no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será salvo, como dice la Escritura: = Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades.”.
[55] Es por eso por lo que Cristo llama constantemente a los fariseos “víboras”, enganchando con la estirpe de la serpiente (el Demonio) del Génesis: esta estirpe de la serpiente está encabezada por los ángeles caídos, a los que Dios usa para tentar a los hombres y probarlos, y a sus secuaces, los hombres que, desde Adán y Eva, les sirven de instrumentos y persiguen, asesinan e intentar terminar con los hombres fieles a Dios.
[56] 1 Juan 2, 19.
[57] “Quedándose ellos al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser justos, para sorprenderle en alguna palabra y poderle entregar al poder y autoridad del procurador. Y le preguntaron: «Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud, y que no tienes en cuenta la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Nos es lícito pagar tributo al César o no?” (Lucas 20, 20-22)
[58] “Es sintomático que el rudo penitente de Makerón haya recibido la muerte de un sensual, mas Cristo haya sido llevado a ella por puritanos. Es cien veces peor el fariseísmo que los demás vicios, como notó el mismo Cristo. El fariseísmo es un vicio espiritual, es decir diabólico, pues las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la carne. Esta es un compendio de todos los vicios espirituales, avaricia, ambición, vanagloria, orgullo, obcecación, dureza de corazón, crueldad, que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente las tres virtudes teologales, constituyendo así el “pecado contra el Espíritu Santo”. “Vosotros sois hijos del diablo y el diablo es vuestro padre.” Las desviaciones de la carne son corrupciones; pero las desviaciones del espíritu son perversión. El Gran Incesto es copular consigo mismo, hacerse Dios. Eso es lo que hizo el Diablo en el principio, el Gran Homicida”. P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.
[59] “9 Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.” (Eclesiastés 1, 9).
[60] Juan 13, 16.
[61] San Ireneo de Lyon, “Contra los herejes”, epígrafe “La hipocresía de los fariseos”.
[62] 2 Tim. 3, 1, 5.
[63] Hechos 5, 29.
[64] 26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lucas 6, 26)
[65] “Que es un pueblo terco, criaturas hipócritas, hijos que no aceptan escuchar la instrucción de Yahveh; que han dicho a los videntes: «No veáis»; y a los visionarios: «No veáis para nosotros visiones verdaderas; habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones.” (Isaías, 30, 9-10).
[66] Fijémonos en lo que decía el p. Leonardo Castellani sobre los fariseos, con su pluma finísima y certera: “Los demócratas cristianos del tiempo de Cristo eran los que oraban a gritos, daban limosna en las plazas y… calumniaban al joven Profeta de Nazareth … La fe religiosa convertida en granjería y palabrería” (Padre Leonardo Castellani, Diario, entrada del 9 de octubre de 1957). “La Iglesia está enferma de la misma enfermedad e que enfermó la Sinagoga. El mundo va pareciéndose cada día más al mundo al cual bajó el Hijo de Dios doloroso: tanto en la Iglesia como fuera de ella, paganismo y fariseísmo (P. Leonardo Castellani, Los papeles de Benjamín Benavides, Parte 2ª, capítulo 1º, Los Signos”).
[67] Mateo 27, 21 y 22.
[68] “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Juan 15, 20).
[69] “11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.” (Lucas 18, 11).
[70] Leonardo Castellani le llama a la última herejía el “catolicismo vital”, basado en la “dulzura”, la “ternura” y en la “misericordia” (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia). La denuncia y descripción de este falso catolicismo final la describe el P. Leonardo Castellani magistralmente en su obra “Su Majestad Dulcinea”, que es una novela apocalíptica. Llama a este catolicismo el “vitalismo cristiano”. Consistía esta herejía en el viejo Naturalismo, que “vacía de contenido sobrenatural o trascendente los dogmas cristianos, conservando la cáscara; en definitiva, y así los convierte en “mitos” (o ideales, añadiríamos nosotros)… de la adoración del hombre en lugar de Dios” (Padre Leonardo Castellani, “El Evangelio de Jesucristo”: Resumen de todo lo dicho, Las parábolas), y cuyo representante más conocido era el jesuita Teilhard de Chardin, empeñado en “conciliar los dogmas de la Iglesia vueltos hipótesis con la hipótesis darwinista vuelta dogma… o sea, caminar patasarriba y cabezaabajo” (P. Leonardo Castellani, “Falsificación del Signo tao”, Dinámica social, nº. 92, junio de 1958).
[71] Catecismo nº. 1756: “Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias [ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio”.
[72] “El fariseo es el hombre de la práctica y de la voluntad, es decir, el Gran Casuista y el Gran Observante” (P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina).
[73] Catecismo 2384: “El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente”
[74] La Iglesia, aparte, exige no vivir juntos a la pareja adúltera, para evitar el escándalo, salvo que haya un bien superior que lo aconseje, siempre que se viva en castidad: es el caso en que existan hijos en la nueva pareja que requieren ser educados por sus padres.
[75] “El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.” (Catecismo, nº. 2.381)
[76] “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.” (Mateo 6, 33).
[77] No sólo lo propone toda la facción liberal que se ha destapado en los dos Sínodos por la familia, con el Cardenal Kasper a la cabeza, sino también teólogos y biblistas como Gargano: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350967?sp=y
En el Sínodo algunos cardenales propusieron permitir el divorcio como hizo Moisés, como el Cardenal José Luis Lacunza, a lo que contestó magistralmente y dando la clave de lo que está pasando en la Iglesia el patriarca melquita Gregorio Lahman III que «Jesús ha corregido a Moisés. El matrimonio disoluble va contra la naturaleza. Algunos padres sinodales estarán involucionando en vez de evolucionando, olvidando que los fariseos a los que se denuncia justificaban precisamente el divorcio»” http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=25110
[78] “Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana…” (2 Tim, 4, 3).
[79] Mateo 9, 3; Mateo 26, 65; Marcos 2, 7; Marcos 14, 64; Lucas 5, 21; Juan 10, 33.
[80] La fe en la existencia de actos intrínsecamente malos, que ninguna circunstancia puede justificar, brilla por su ausencia en nuestros días. San Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor, enseña largamente acerca de lo intrinsece malum (54-64). No es lícito «establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley moral como intrínsecamente malo. De este modo se instaura en algunos casos una separación, o incluso una oposición, entre la doctrina del precepto válido en general y la norma de la conciencia individual, que decidiría de hecho, en última instancia [quizá con el consejo de un sacerdote comprensivo] sobre el bien y el mal» (n. 56; cf. 80).
[81] Es hereje el que, según el nº. 751 del Código de Derecho Canónico niega de manera pertinaz, después de recibido el bautismo, una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma. Los fariseos católicos de hoy dicen que no niegan las verdades, pero las consideran inalcanzables, como meros ideales que hay que meter en una urna. Para ellos, negando la gracia, nadie o muy pocos están llamados a ser santos, a cumplir los mandamientos, y por eso les aplican la moral de situación, según la cual cada uno sólo está moralmente obligado a hacer lo humanamente posible.
[82] Como ha dicho recientemente el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. http://infovaticana.com/2015/03/07/separar-el-magisterio-de-la-pastoral-es-una-forma-de-herejia/
[83] El comunismo es esencialmente fariseo porque aparenta lo que no es: viste sus inicuos deseos de dañar y matar la justicia y la bondad con el ropaje de la filantropía, de la justicia social, del reparto económico. Y por eso triunfa de nuevo a nivel mundial, y, ay, dentro de la Iglesia (teología de la liberación, teología del pueblo, etc…). Consiste en la vieja herejía del naturalismo: salvar al hombre en este mundo (sin hacerlo realmente), pero no su alma. Niega lo sobrenatural y sólo aplaude lo material. Es un falso mesianismo, la herejía de los que seguían a Cristo para que les multiplicara de nuevo milagrosamente los panes y los peces, para hartarse de comer, pero sin ánimo de convertirse. Y para que se vea claramente que esto proviene del Demonio, recordemos la tentación del Demonio contra Cristo, insinuándole que convirtiera las piedras en panes (Lucas 4, 3-4).
Amigo veo que usted tiene interés en que los demás se salven y se porten bien. En mi opinión parece que tiene buena intención sólo que pienso que la forma de evangelizar debe llevar misericordia sobre todo, no cuando vamos con un homosexual lo primero que hacemos no es acusarle sus pecados, primero nos acercamos y le mostramos a Cristo y luego de que lo conozca que se convierta.
Yo igual llegue a ver que todos estábamos mal pues yo igual estaba como los malos católicos que usted describe y pensé que igual se debía invitar la misericordia con conversión, y es verdad Pero me doy cuenta que esto se hace por partes, primero les hablamos de que amen a Cristo que es misericordioso y luego ya les hablamos dd la conversión. Así pasito a pasito com o hizo Jesús al sentarse con los “pecdores”, que somos todos.
Veo que usted se está esperando en portarse bien pero recuerde que Cristo vino por los pecadores, ósea por todos esos que andan perdidos, muchos ya no saben ni lo que enseña la Iglesia y sí está mal que se hagan un dios como quieren, nuestro deber es acercalos a la Iglesia y enseñarles pero no lo vamos a hacer llegando a acusarles lo que están mal, primero debemos llegar con amor para que ellos solitos se acerquen a Cristo. Pues yo recuerdo que igual yo era como esos malos católicos y decía o creía portarme bien, aunque sí tenía pecados y quería dejarlos y no podía. Quizá ellos igual tienen sus pecados pero no pueden dejarlos tampoco y desean dejarlos. Bueno igual hay que señalarles con bondad. Eso pienso.
les pido autorización para traducirlo al portugués
Si, pero cuando lo publique tiene que respetar la autoría y poner un enlace al original.