San Juan Bosco fue bendecido, al igual que el Patriarca José hijo de Jacob y San José Castísimo Esposo de la Virgen María, con sueños edificantes que le señalaban caminos a seguir iluminados por Dios.
En el sueño profético de las dos columnas, San Juan Bosco vio claramente a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica en una terrible tempestad en el mar, y al poco rato vio emerger cos columnas en medio del tumultuoso mar. Una columna era la Santísima Virgen María y la otra columna era la Sagrada Eucaristía. Para que la Barca de Pedro no se hundiera debería amarrarse firmemente la barca a esas dos columnas. Así se hizo en el sueño de Don Bosco y la Barca de Pedro se salvó.
En la Festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el 8 de diciembre de 2015, no hemos visto en Roma, una festividad de una de las columnas del sueño de Don Bosco con la alegría, el fervor cristiano y las acciones de gracias que tan magna festividad de la Virgen María reclama y mucho menos un firme cumplimiento del tercer mandamiento “Santificarás las Fiestas”, que en toda solemnidad de la Iglesia debe observarse con sagrada reverencia.
Festividades son momentos dedicados a Dios para reflexión y conversión. A eso se refiere la santidad de las celebraciones de la Iglesia.
Hemos presenciado una función audiovisual pagana muy lejana al mensaje de Salvación del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de la Inmaculada siempre Virgen María.
Mensaje de Salvación firmemente impulsado por la Virgen María en sus permanentes apariciones, desde la fundación de la Iglesia, y en especial, las apariciones de la Virgen María de los dos últimos siglos y de los tiempos actuales.
El Sacramento de la Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo Vivo y Resucitado, recibió en el Documento de la Relatio Final del reciente Sínodo de la Familia, un tratamiento ambiguo para su administración pastoral. Es necesario, para evitar confusiones o varias interpretaciones, que un documento pastoral otorgue claridad y precisión para la administración de los sacramentos.
Las Promesas de Cristo para la Iglesia, de que “estaría con Ella hasta el final de los tiempos y que las puertas del infierno no prevalecerían contra Ella”, son verdades firmes y dignas de fe para todos los cristianos por siempre y para siempre, verdades reveladas por Dios fiel y misericordioso para con su Iglesia, siempre que Ella se mantenga Una, Santa, Católica y Apostólica, fiel y atenta a los Mandamientos de Dios y a la Tradición Apostólica.
Esto significa que no existe poder que pueda destruir a la Iglesia Católica por más que a las dos columnas del sueño de Don Bosco se las ataque y se busque hacerlas desaparecer o desintegrarlas para dejar indefensa a la Barca de Pedro y hacerla zozobrar, cosa que nunca ocurrirá por ser Dios fiel y veraz en el cumplimiento de sus promesas. Debemos cuidar con santa devoción, celo pastoral y amor cristiano de las dos columnas del sueño profético de Don Bosco, la Eucaristía y la devoción a la Virgen María, porque son ambas, auxilio eficaz de Dios para la Iglesia, y como Ella misma, también indestructibles.
Alfredo Friedmann.