Ayer fui al cine, pues parece que ha vuelto a estar de moda: veo que todo el mundo va. Hacía muchos años que yo no iba, y como no me imaginaba los precios que hay ahora, no me llegaba para entrar en la sala donde proyectaban la película de Scorsese, que me han dicho que es muy buena y muy actual. Así que tuve que conformarme con entrar en la sala de atrás, para ver una parodia de Silencio, realizada con muy pocos medios y peor gusto, con pésimos actores y de un desconocido director, de nombre Martín Escoceses, y que como Scorsese tiene pinta de ser un ex-jesuita rebotado o frustrado, valgan el pleonasmo y la hipérbole y excúsese o confúndase el prefijo “ex”. Aunque sea una película mala de solemnidad (tampoco es mejor en las fiestas o memorias, vamos que no vale ni para feria), no me resisto a hacer aquí una crítica de su argumento, no sea que algún incauto o pobrecillo como yo tenga la infeliz idea de entrar en esa sala a contemplar el esperpento.
La película va de silencios, torturas y apostasías. El protagonista es un Obispo misionero llegado desde los confines del mundo para ayudar a sus hermanos Obispos a apostatar como Dios manda. Como en las lejanas tierras adonde llega apenas hay paganos fetén, dice que hay que meterlos como sea, y aplaude la llegada de musulmanes refugiados o no refugiados, lo que sea, con tal de que no sean cristianos. Pero como esto le parece poco, busca hacerse la foto con budistas y raritos de toda especie. Eso sí, sin mostrar su cruz pectoral, no se vaya a ofender un buen pagano durante un encuentro tan fraterno. Ya puestos, dicho Obispo tampoco se arrodilla ante el Sagrario ni en la consagración en la Misa (no se vaya a confundir alguien y pensar que no es un buen apóstata), pues tiene que reservar sus rodillas para humildearse ante musulmanes y travestis.
Esta revolución apóstata trae como consecuencia innumerables profanaciones de la Eucaristía, del matrimonio, de la Confesión… y de lo que se tercie. Claro, que para llegar a todo eso hay que comenzar por negar la palabra de Dios, tres veces, para que sea firme: “no, no, no es verdad“, y para que no quepan dudas, repetido, que así se confirma todo muy bien. Ya se sabe, que si para éstos Lutero es un testigo del evangelio, ¿qué no será Bultmann, el destructor de la Sagrada Escritura? No puede ser menos que Cristo, evidentemente (pues se sitúa y lo sitúan por encima), un grandioso modelo a imitar.
En su deseo de apostatar igual o mejor que el protagonista, muchos de sus admiradores empiezan a traer a imanes a las iglesias y catedrales para que lean el Corán en vez de la Biblia, o incluso les dan la Comunión a los musulmanes, y cualquier día se fuman en Misa la pipa de la paz… Y es que si algo demuestra esta película es que en los tiempos que corren, no hay nada más necesario que apostatar con una conciencia tranquila, que para eso Dios está callado y lo comprende todo… ¿o son otros los que guardan silencio?
Pero el clímax de la película llega cuando unos Obispos herejes y cismáticos torturan a nuestro protagonista. Las escenas son muy fuertes, yo casi diría que gratuitas pues el director se regodea morbosamente en las mismas. Le quieren obligar a decir sí o no a cuatro o cinco preguntas, pero el protagonista se niega y no abre la boca, con elevadísima responsabilidad pastoral, en un gesto heroico que arrancó algunas lágrimas en la sala de cine. Pero por amor a sus hermanos, y en un acto de suprema entrega de su vida, para que no sufran las amenazas de los rígidos e intransigentes rigoristas, decide hablar. Un crucifijo le sopla al oído lo que tiene que decir: “en la vida no todo es blanco o negro, sino que hay muchos grises”. Así el protagonista re-demuestra que la apostasía es el mejor camino. Esta renuncia a sus principios (de hacer mutis por el foro) en aras de la salvación de los que le rodean, resulta en un acto tan excelso y sublime que nadie en la sala de cine puede seguir comiendo palomitas durante esa escena. No obstante, algunos críticos de primera dudan de la originalidad del argumento y dicen que esta escena ya la habían visto en otra película.
En las letras del final anuncian que esta película está basada en hechos reales, lo que quizá sea la diferencia principal con ‘Silencio’ de Scorsese, que no pasa de ser un cuento chino. Por lo demás, ambas películas coinciden bastante en lo que pretenden: allanar el camino para la gran apostasía en que nos hallamos ya inmersos, y estigmatizar a los intolerantes mártires, gente tan poco razonable y práctica que poco menos que se merece lo que les pase… ¿Un aviso a navegantes?
Por cierto, la primera escena nos muestra a un perro con un bozal puesto, que ni ladra ni hace ná. Algo me recordó la escena al profeta Isaías, pero ya se sabe: aquello son géneros literarios y tal… Pasemos de Sagrada Escritura (que desde Bultmann es menos Sagrada y menos Escritura) y quedémonos mejor con el séptimo arte, que es más moderno y entretenido, y si la película la firma Scorsese, to er mundo al cine, comenzando por el Vaticano, que es un sitio muy moderno…
Así que ya se pueden imaginar la moraleja de nuestro largometraje: un compendio de frases hechas como “el que calla otorga”, “perro ladrador, poco mordedor”, “¿por qué no te callas?”, “no dice ni esta boca es mía” y “callado estás más guapo”. Lo que traducido viene a ser: “Con la que está cayendo… ¡y nadie dice nada!” (o casi nadie).
Bonifacio Gómez de Castilla
QUÉ BUEN ARTÍCULO !!!