¿POR QUÉ CRISTO SÓLO PREDICÓ 3 AÑOS?

 

La respuesta es la humildad. Para Dios Padre era tan importante que su Hijo diera ejemplo de humildad viviendo hasta los 30 años en casa de sus padres como toda su predicación posterior. Seguimos comentando pasajes del magnífico libro MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN del Padre Ildefonso Rodríguez Villar.

La soberbia, con todas sus derivados, el orgullo, la vanidad, el amor propio, la afición desordenada, el ansia por la alabanza y la gloria de los hombres: todos padecemos la misma enfermedad. ¿A quién no le agrada ser estimado y alabado? ¿A quién no le duele, sobre todo en algunos casos, el menosprecio y la indiferencia, ser acogido con frialdad por los demás?

Es consecuencia del pecado original. Piensa en lo necio y ridículo que es buscar la estima y la alabanza de los hombres. ¿Qué vale? ¿No ves cuantas veces se engañan en sus juicios? Otros juzgan con pasión, con prejuicios e hipocresía, ¡que pocos dicen con sinceridad y nobleza lo que de ti sienten! ¿Y esto es lo que tanto buscas y tanto te gusta? ¡Qué tontos y necios somos al dar importancia a esta vanidad que no es más que palabras, humo, nada!

Mira como allí en Nazaret se desprecia la vanidad. Jesús se esconde y oculta en Nazaret, que era una simple aldea. Se oculta y se esconde en casa de sus padres, que eran como unos humildes aldeanos, que ni siquiera en Nazaret brillaron ni ejercieron cargo alguno.

Mira a Jesús así, contempla a María con toda su hermosura y santidad, enterrada en aquel pueblecito donde nadie la apreciaba, nada más que como una buena vecina. Mírala ocupada en las cosas más bajas y ordinarias.

Si Jesús en vez de 3 años hubiera predicado 6, 10 o 15 ¿No hubiera sido mejor? ¡Cuántas almas hubiera convertido? Y sin embargo la sabiduría de Dios no pensaba de ese modo, enseñándonos en la práctica a combatir la soberbia y vanidad. ¡Qué lección más dura y que poco la aprovechamos!

El demonio desea que tus cosas se vean para que el ladrón te las robe o su mérito se evapore. Un perfume destapado pierde su fuerza. Un imprudente que exhibe sus riquezas fácilmente las pierde. Es duro y áspero el trabajar en silencio sin que nadie nos vea sin que nadie se entere. Es duro hacer el bien sin esperar recompensa ni agradecimiento humano. Miremos a María y pidámosle que nos de a participar de la hermosura de la vida oculta y humilde y de los encantos que encierra para las almas que enamoradas de ella, quieren ocultarse a los ojos de los hombres, para vivir sólo para Dios.

Si somos capaces de hacerlo así la recompensa que un día nos otorgará el Señor superará con creces la felicidad que podamos humanamente imaginar.

Rafael María Molina Sánchez

 

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