Prácticamente todos los periódicos y emisoras de televisión de esta patria infeliz recogieron el domingo, y ayer lunes, la canonización de la Madre Teresa de Calcuta. Yo me alegré mucho, como tantos otros, pero no se me quitó en todo el día un rictus de preocupación. El motivo de mis cuitas era la más que posible deformación mediática de un personaje de la envergadura de la Madre Teresa. Cuando los medios que están defendiendo y propagando diariamente una escala de valores diametralmente opuesta a la de la religiosa albanesa se entusiasman con la subida a los altares de esta mujer es que algo está distorsionado. O sencillamente no saben un pimiento de lo que está mujer fue y propagó a lo largo de su vida. Y entonces suenan las señales de alarma, cunde el peligro de que Santa Teresa de Calcuta quede en un icono vano, en una imagen más de las muchas que han sido bastardeadas por la cutre modernidad. Y entonces la hemos fastidiado. Una santa de dimensiones gigantescas queda reducida a una muñequita boba.
Para empezar hay que decir que esta mujer fue de carne y hueso. No fue para nada titánica ni hercúlea. Casi me atrevería a decir que fue más débil que otra cosa. Fue una mujer llena de dudas y vacilaciones que fue venciendo con una fe a prueba de bomba atómica. Dudaba pero creía. Vacilaba y creía más aún. Y creía, ante todo y sobre todo, en ese Cristo Jesús que hoy es olvidado, marginado, ninguneado, cuando no insultado, en esos medios que han abierto la boca de admiración. Todos los días pasaba ella una hora ante el Sagrario antes de comenzar a llevar amor, que no solidaridad, a los últimos de los últimos en Calcuta. Esta práctica se la dejó ordenada a las miles de hijas espirituales que hoy tiene repartida por el mundo.
Le voy a dejar a ella la voz en lo que resta del artículo para verificar qué lejos andan los que hoy la encomian de lo que ella pensaba y quería. La dejo con el tema que ella decía que era el más dramático del mundo, más que la misma hambre: el aborto. Dice así: “Un país que permite el aborto, fomenta la violencia. La nación que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Es por eso que el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto. Las naciones que han legalizado el aborto son las más pobres, le tienen miedo a un niño no nacido y el niño tiene que morir. En nuestro hogar de Calcuta hemos recibido más de tres mil niños en adopción. Ha sido un verdadero regalo de Dios”.
Rafael Ordóñez.