Los que alcanzamos al menos el medio siglo de vida recordamos como hasta los primeros años del postconcilio en la Iglesia se enseñaba no sólo a comulgar con la debida disposición de espíritu, -es decir, en estado de gracia, habiendo confesado antes si se estaba en pecado-, sino también se recibía la Eucaristía de rodillas y en la boca. Luego, andando el tiempo, se fue autorizando recibir la comunión en la mano, y permitiendo los llamados “ministros extraordinarios”, que en principio habían de administrar el Sacramento cuando le fuera imposible al sacerdote o no hubiera sacerdote. Estas cuestiones, aun siendo de menor importancia que el sacrilegio de comulgar en pecado, revelan una paulatina relajación en la Iglesia por lo que se refiere a la debida reverencia al Santísimo Sacramento; relajación que me trae a las mientes las palabras que sirven de título a este artículo. Se atribuyen a María Santísima, nada menos, y al parecer pudieron ser dichas en unas apariciones que, según parece, tuvieron lugar en San Sebastián de Garabandal, provincia de Santander, entre 1961 y 1965. Cierto es que las tales apariciones no cuentan todavía con la aprobación de la Iglesia (el juicio fue “Non constat de supernaturalitate”, que significa suspender el pronunciamiento, normalmente hasta que mueran los videntes o se produzcan loshechos allí anunciados), pero no deja de ser llamativo también que en uno de los mensajes atribuidos a la Virgen, dicho al parecer el 18 de Junio de 1965, se indica precisamente “A la Eucaristía se le da cada vez menos importancia”. Y desde luego los hechos ocurridos a lo largo de los últimos 50 años, por desgracia, dar marchamo de autenticidad al mensaje, colmando el vaso lo sucedido con ocasión y en los días siguientes a la publicación de la “Amoris laetitia”.
Dice San Pablo en 1 Cor. 11, 27: “De suerte que quien comiere del pan o bebiere del cáliz del Señor indignamente, reo será del Cuerpo y Sangre del Señor”.
Dice San Pablo en 1 Cor. 11, 27: “De suerte que quien comiere del pan o bebiere del cáliz del Señor indignamente, reo será del Cuerpo y Sangre del Señor”.
Comentando este texto, explica San Antonio María Claret: “Apenas hay delito que más ofenda a Dios que el de la comunión sacrílega. Los Santos Padres lo demuestran con palabras y ejemplos asombrosos. El que comulga en pecado mortal comete un delito mayor que Herodes, dice San Agustín; más horrendo que Judas, dice San Juan Crisóstomo; más terrible que el que cometieron los judíos crucificando al Salvador, dicen otros santos. Y por todos añade San Pablo: será reo del Cuerpo y Sangre del Señor”
Por razones de espacio, basta con la cita de este santo, relacionada con la Sagrada Escritura, para demostrar que es cierto aquello de “A la Eucaristía se la da cada vez menos importancia”. Pues no cabe mayor abandono, irreverencia y desamor que unos obispos, -sean de Filipinas, sea de la diócesis de Bérgamo, sea en un avión en vuelo a Roma desde la isla de Lesbos-, autoricen que los fieles en estado de pecado puedan comulgar. El problema que subyace en todo esto hunde sus raíces en décadas pasadas, tal vez incluso remotamente en siglos pasados, y se llama antropocentrismo. Ello deriva en una preocupación fundamental por ciertos criterios mundanos, propios del igualitarismo ideológico que señorea la forma de pensar neopagana actual, como “no discriminar”, “no marginar”, olvidando que quien está o permanece en pecado es quien se margina a sí mismo de la Eucaristía. Una Iglesia verdaderamente cristocéntrica se preocuparía ante todo por proteger al Sacramento de cualquier profanación o sacrilegio, y no tanto por quedar bien con tirios y troyanos.
A ver si va a terminar siendo cierta también otra frase pronunciada en San Sebastián de Garabandal, inmediatamente antes de la que sirve de título:
“Muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas”
Rafael Laza