Veamos las ideas centrales de la misma y su poso en el pensamiento “cristiano” de los últimos decenios, para analizar si han perdido peso o han pasado “de moda”:
- Jesucristo no es Dios. Fue un hombre, “testigo de Dios” si se quiere, que murió en la cruz por las injusticias sociales, por denunciar a los poderosos. La herejía arriana se queda corta ante este pensamiento. Si resucitó o no resucitó o en qué consistió esa supuesta resurrección es un tema secundario y sin más interés.
- Dios no es Dios. La Verdad absoluta no existe. Dios es inmanente, “encarnado”: está en el pueblo. La verdad está en el pueblo (concepto “teológico” central), que se identifica con “los pobres”, “los excluidos”, etc. En el proceso de “concientización” se supone que esa verdad del pueblo emergerá (proceso dirigido e ideológico, claro). Entiéndase “pobres” no en el sentido bíblico, de los pobres de Yahveh o de los pobres en el espíritu, sino en un sentido material, ajeno a la fe y a la actitud de apertura y dependencia de Dios.
- Esa toma de protagonismo en la historia por parte del pueblo viene ayudada por la acogida del testimonio de los “profetas”, entendidos éstos no como instrumentos de la revelación de Dios, sino como quienes denuncian las injusticias y alzan la voz para dar la palabra a los oprimidos. Así se pueden equiparar textos de Isaías (entendidos sui generis) con el Ayatolah Jomeini, Sartre, o con el Ché Guevara, por supuesto.
- El testimonio central de Jesús fue su muerte en la cruz por la injusticia de los poderosos. Su muerte es su testimonio de valor y denuncia, por lo que se convierte en su victoria. No porque tenga un sentido redentor o expiativo del pecado (en esta visión inmanentista, el pecado como concepto espiritual carece de sentido), sino porque ilumina proféticamente con su denuncia la cruz actual: quien hoy está crucificado es el pueblo, por la injusticia social, económica y política de los poderosos. La liberación consiste en desclavar al pueblo de la cruz (y si para esta lucha social, política y de clase, hay que armar guerrillas, se arman, pues puesta la idea del conflicto de contrarios de la dialéctica hegeliana o la lucha de clases marxista, sólo es cuestión de tiempo y oportunidad sacar estas consecuencias).
Ahora bien, ¿acaso no permanece este pensamiento, con más o menos peso, en muchas homilías, en muchas catequesis, en muchos blogs “católicos”, etc.?
Es más, ¿no encontramos afirmaciones parecidas en el reciente neo-magisterio “pontificio”?
La teología de la liberación fue un instrumento usado para demoler la doctrina católica. Pero no ha pasado, no tanto porque interese esta “teología”, sino porque el objetivo al que servía sigue interesando… Y aun más, ahora mismo no son sólo muchos jesuitas y comunistas infiltrados varios, sino cardenales y Obispos, y la misma cátedra de Pedro, los que se afanan en esta tarea de demolición, para la que los postulados de la teología de la liberación siguen sirviendo, pero también otros (agenda de género, homosexualista, eco-panteísmo, filo-luteranismo, etc.), con tal de lograr el mencionado fin.
Lo sucedido con el infame acuerdo con el gobierno comunista chino ha superado todo lo que los ideólogos de la “liberación” pudieron soñar. Los que dicen que quieren “desclavar de la cruz” al “pueblo”, son los mismos que están ahora crucificando, pero de verdad, a la Iglesia.
Bonifacio Gómez de Castilla