Vivimos en los albores de una nueva etapa negra de la Historia. Si Dios no lo remedia, se nos avecina una nueva era marcada por el totalitarismo, las dictaduras y la represión; solo que esta vez la dictadura será a escala global. El llamado Nuevo Orden Mundial pretende imponernos un nuevo modelo de sociedad, dominada por un pensamiento único. Parece como si las distopías de Orwell o de Robert Hugh Benson se nos vinieran encima de repente. Quieren transformar la sociedad y dominarla. Y ello pasa por la destrucción de la familia.
Pero, ¿por qué quieren acabar con la familia? ¿Por qué esa obsesión? Pues porque la familia es la célula básica de la sociedad. La familia establece unos lazos, unos vínculos; la familia transmite unos valores que el pensamiento único detesta. La persona, sin familia, sin referencias, sin ningún tipo de anclaje, sin un paraguas que la ampare cuando llegan las crisis o las dificultades; la persona, desvinculada, queda a merced del Estado. De esta manera, una vez tomado el poder, los políticos de turno (todos piensan lo mismo y lo único que se puede pensar) adquieren un poder omnímodo y el Estado se convierten en un nuevo dios, dueño y señor del destino de cada individuo. El Estado se convierte en un ídolo al que hay que adorar para que solucione todos los problemas de la gente: la educación, la sanidad, las pensiones, las prestaciones por desempleo… El hombre queda a merced del Dios Estado Providente que me hará feliz y garantizará mi bienestar a cambio de que sea sumiso y obediente. Con eso, se consigue aplastar a la sociedad civil y a cualquier institución intermedia entre el Estado todopoderoso y la persona. Se acaba así con la libertad y con la democracia y se instaura un nuevo tipo de totalitarismo – con apariencias de democracia – que condenará a cualquiera que se atreva a ir en contra del pensamiento único políticamente correcto.
Marx afirmaba que toda la historia es una lucha de clases, de opresores contra oprimidos, en una batalla que sólo se resolverá cuando los oprimidos se alcen en revolución e impongan una dictadura de los oprimidos. Entonces, la sociedad será totalmente reconstruida y emergerá la sociedad sin clases, libre de conflictos, que asegurará la paz y prosperidad utópicas para todos. Los marxistas clásicos creían que el sistema de clases desaparecería una vez que se eliminara la propiedad privada, se facilitara el divorcio, se forzara la entrada de la mujer al mercado laboral, se colocara a los niños en institutos de cuidado diario y se eliminara la religión. Sin embargo, para los nuevos progresistas, los comunistas fracasaron por concentrarse en soluciones económicas sin atacar directamente a la familia, que es el verdadero origen de la lucha de clases.
En los años 70, tras la Revolución del mayo del 68, los movimientos de izquierda – comunistas, anarquistas, hippies – empezaron a atacar a la familia considerándola como una institución reaccionaria. Entonces se decía que el matrimonio mataba el amor; que cuando se ama a otra persona, no hacían falta contratos ni firmas ni ceremonias. Defendían entonces el “amor libre” y las “parejas de hecho”. Lo ideal era que las parejas vivieran juntas, sin ataduras ni compromisos ni vínculos matrimoniales. Y así, cuando el amor “se acabara”, cada uno se iba por su lado y aquí paz y después gloria. El problema surgía cuando había hijos de por medio y quedaban desamparados tras las separaciones. Así que hubo que regular legalmente las parejas de hecho para que tuvieran los mismos derechos y obligaciones que los matrimonios. Y así se hizo. Pero como hombres y mujeres seguían empeñados en casarse y el plan de acabar con la familia por ese camino había fracasado – o se mostraba claramente insuficiente – , los ideólogos “progresistas” tuvieron que ir más allá: si no podemos destruir a la familia convenciendo a la gente para que no se case, vamos a acabar con la familia procurando que legalmente cualquier cosa sea una familia. Y entonces, se acabó con el discurso del amor libre y decidieron reformular el concepto de matrimonio y propugnar “nuevos modelos de familia”: familias monoparentales, homosexuales… Y todos los que hasta hace un minuto despreciaban el matrimonio y atacaban la institución familiar, se pusieron a reivindicar su derecho a casarse. Y así se ha llegado a la legalización del matrimonio homosexual. Pero créanme: a quienes promueven el matrimonio homosexual, el matrimonio en sí les importa un bledo. Lo que quieren es acabar con la familia tradicional: si cualquier cosa es un matrimonio y una familia, el matrimonio y la familia acaban convirtiéndose en nada. Su objetivo sigue siendo el mismo que cuando predicaban el amor libre. Ni más ni menos.
Hoy en día, las ideologías tradicionales han muerto y los partidos políticos apena se diferencian. Liberales y conservadores han asumido que los principios progresistas son superiores. La derecha ha renunciado a sus propios valores y ha aceptado la superioridad moral de la izquierda. De este modo, al final, todos piensan igual y solo se distinguen unos de otros por alguna que otra receta técnica de carácter fundamentalmente económico. En lo demás, son esencialmente idénticos: cuando los partidos de derecha llegan al poder, lo que hacen es consolidar cada uno de los “avances” que la izquierda ha ido consiguiendo. Lo que ha pasado en España con la legislación sobre el aborto o el matrimonio homosexual resulta sumamente ilustrativo. Hay una serie de ideas de fondo en las que todos están de acuerdo. Se ha llegado a una especie de consenso ideológico transversal. Se mantiene la ficción del pluralismo ideológico y la democracia: puedes votar a distintas opciones. El problema es que todos los partidos son en realidad el mismo partido. Sólo se puede pensar de una manera y quienes se apartan de esa manera de pensar son automáticamente estigmatizados y señalados como peligrosos integristas radicales, lo que supone su muerte social. Predican la libertad y la tolerancia pero, a la hora de la verdad, practican lo contrario.
El instrumento de transformación social que el Pensamiento Único ha asumido como innegociable y que han asumido como propio todos los partidos políticos del arco parlamentario – no sólo las formaciones políticas de izquierda, sino también la derecha liberal pagana y anticristiana – se llama Ideología de Género. Esta ideología considera que los roles del hombre y la mujer no son resultado de la naturaleza, sino de la historia y la cultura. Es la sociedad la que inventó los papeles de hombre y mujer. Según este planteamiento, para conseguir la igualdad definitiva entre hombre y mujer sería necesario:
a) Cambiar los roles masculinos y femeninos existentes: hay que deconstruir (destruir) los roles del hombre y la mujer. En realidad, el ser humano nace sexualmente neutral. Más tarde, es socializado en hombre o en mujer. Esta socialización afecta de manera negativa a la mujer. Por ello las feministas proponen depurar la educación y los medios de comunicación de todo estereotipo de género.
Los ideólogos del Pensamiento Único saben muy bien que la educación, los medios de comunicación y los productos culturales (series de televisión, películas, teatro, literatura…) son instrumentos que deben dominar y controlar para transmitir su ideología. Por eso en todas las series de televisión hay su cuota de homosexuales, con el fin de normalizar y visibilizar la realidad que ellos quieren imponer. Por eso, en esas mismas series de televisión, los católicos siempre aparecemos como personajes patéticos, reaccionarios, ridículos, deleznables e hipócritas.
b) Cambiar el lenguaje: el Nuevo Orden Mundial pretende también transformar nuestra manera de hablar y de escribir porque consideran que el idioma es machista e “invisibiliza” a la mujer. Por eso se han inventado una nueva lengua “igualitaria” (como la neolengua orwelliana). Tienen que cambiar el lenguaje para cambiar el pensamiento y transformar la realidad. En esta nueva jerga, por ejemplo, se eliminan todas las palabras que incluyen lo femenino dentro de lo masculino. Así en vez de “los alumnos de esa clase” se dirá “los alumnos y alumnas de esa clase”. O se cambiarán términos como “Asociación de Padres” por “Asociación de Padres y Madres”. También están promoviendo el uso de la grafía “@” para incluir a los dos géneros de una palabra a la vez. Su pasión revolucionaria les lleva a pretender modificar nuestro lenguaje. Ya no les vale el español de Cervantes, Lorca o Rafael Alberti. Y en ciertos ámbitos, supuestamente “ilustrados” (políticos, psicólogos, periodistas, profesores…), esta ideología está calando de manera tan llamativa, como lamentablemente reveladora del nivel de servilismo y mediocridad de buena parte de la supuesta intelectualidad contemporánea. De nada vale lo que pueda decir la Real Academia Española de la Lengua ni los escritores que siguen manteniendo una pizca de libertad.
c) Fomentar diferentes formas de contacto sexual como parte de la igualdad: se reclama el reconocimiento del derecho hedonista al placer sexual, libremente deseado, sin vinculación necesaria a la afectividad (al amor); sin que se limite al matrimonio, a la heterosexualidad o a la procreación. Ya no existen dos sexos. Existen cinco géneros: heterosexual masculino, heterosexual femenino, gay, lesbiana y bisexual; sin olvidar la transexualidad (incoherencia entre sexuación de cuerpo e identidad de género, que les lleva a someterse a intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo), el transgenismo (los que desean cambiar su identidad de género, pero sin transformar su cuerpo), o el travestismo (placer erótico que surge de vestirse con ropa del otro sexo).
En este sentido, la Ideología de Género incluye como parte esencial de su agenda la promoción de la “libre elección” en asuntos reproductivos y de “estilo de vida”. “Libre elección de reproducción” es la expresión clave para referirse al aborto libre; mientras que “estilo de vida” apunta a promover la homosexualidad y toda forma de sexualidad “alternativa”.
El homosexualismo político pretende “normalizar” comportamientos ciertamente rechazables moralmente para un católico. Su objetivo es cambiar la sociedad, nuestra cultura y nuestra civilización a través de cambios legislativos que redefinan las evidencias antropológicas y biológicas. Por ejemplo, pretenden perseguir penalmente a quienes afirmamos que los actos homosexuales constituyen una grave depravación moral. Así, todos los que no compartimos sus opiniones somos acusados de “homofobia”.
La asignatura de Educación para la Ciudadanía que implantó la LOE – evaluable y obligatoria, al contrario que la Religión – se inscribe dentro de esta política de adoctrinamiento ideológico, de agitación y propaganda (el agitpro de toda la vida), al servicio de la nueva revolución del arco iris y del Pensamiento Único.
La Ideología de Género tiene una vocación sustancialmente totalitaria. Sólo pueden ser considerados demócratas aquellos que piensan como ellos. Y todos los que pensamos de manera diferente somos carcundia reaccionaria y casposa. Se trata de una concepción de la democracia al estilo de la antigua “República Democrática Alemana”. Los que nos apartamos del pensamiento políticamente correcto somos ciudadanos de segunda a los que hay que eliminar, reeducar o reducir al ostracismo (eso ya lo hacía papá Stalin). De ahí el constante acoso a los católicos y a todos cuantos se oponen a esta nueva revolución silenciosa, a esta nueva dictadura a la que nos quieren someter. Porque una vez que todo el arco político ha aceptado y asumido el pensamiento único, el único adversario que les queda a quienes promueven la Ideología de Género es la Iglesia Católica, que mantiene los principios morales cristianos y se opone radicalmente a esta Ideología totalitaria.
“Los códigos culturales profundamente enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”: son palabras recientes y muy reveladoras de Hilary Clinton. Espeluznante: mentalidad totalitaria pura y dura. Por este camino, llegaremos a la ilegalización de la religión católica. Con lemas como “arderéis como en el 36” o “la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde”; con asaltos “pacíficos” a nuestras capillas; con la propagación del odio hacia los católicos, no tardaremos en encontrar a grupos descontrolados y violentos que pongan la bala donde otros han puesto previamente la diana. Lo mismo que ocurrió en los años treinta cuando los “descontrolados” se dedicaron a quemar iglesias y a fusilar a fieles católicos, a curas y a obispos.
Ante esta amenaza totalitaria, reivindico el derecho a la disidencia, a pensar como me dé la gana, a definirme como católico y a defender los valores cristianos que desde hace siglos configuran la cultura y la historia de España y de Europa.
Los católicos tenemos derecho a serlo, a vivir conforme a nuestros principios morales, a celebrar nuestros sacramentos “como Dios manda” y no como le gustaría al “lobby gay”; a vivir como ciudadanos libres en una sociedad plural. Nosotros no queremos imponer nada a nadie. Y la Iglesia no cierra sus puertas a nadie ni excluye a nadie. Pero la Iglesia tiene el deber de conservar y transmitir la fe en su integridad: guste más o guste menos. La Iglesia tiene la obligación de predicar el Evangelio y la doctrina que ha llegado hasta nosotros por la tradición apostólica y por las palabras y la vida de los Santos. La salvación que anuncia la Iglesia pasa por la conversión de todos a Cristo. Cristo murió y resucitó para salvarnos a todos: si queremos. Pero esa salvación pasa, insisto, por la conversión; es decir, por cambiar nuestra manera de vivir para hacerlo conforme a los Mandamientos de la Ley de Dios. Lo que la Iglesia nunca podrá hacer es adaptarse a los gustos del mundo ni acomodar su predicación al pensamiento o a las imposiciones de los poderosos de este mundo o de los grupos de presión. No vamos a permitir que el pensamiento único nos obligue a renunciar a nuestros principios ni nadie nos va a obligar a redefinir nuestros dogmas, nuestro catecismo o nuestros sacramentos para adaptarlos a lo que le agrade al mundo. No vamos a adorar al Dios Estado ni vamos a plegarnos a las exigencias de los enemigos de Cristo y de la Iglesia. “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”. “Nos acosan por todas partes, pero no hasta el punto de abatirnos; estamos en apuros, pero sin llegar a ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados; nos derriban, pero no consiguen rematarnos”. Se avecinan tiempos recios.
Pedro Luis Llera Vázquez.
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